Coco, de Lee Unkrich

26 diciembre, 2017

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En la cultura occidental existe la tradición, manifestada de muy diversas formas, de honrar a nuestros seres queridos fallecidos. Por influencia de la cultura estadounidense, Halloween se ha convertido en la marca más extendida, pero no es la única. En España se visitan los cementerios para cuidar las sepulturas de nuestros familiares y rezar por ellos siguiendo la tradición cristiana del Día de Todos los Santos. Similar es la tradición mejicana, cuya identidad es más reconocible por la cantidad de símbolos, como las calaveras, con los que se decoran las casas y cementerios, todo para honrar el recuerdo de quienes nos han dejado. 

De ahí vienen dos tendencias generales y artísticas, una consistente en buscar el miedo entre fantasmas y sustos paranormales y otra que aúna el recuerdo hacia lo perdido con la gratitud. Y por ello no nos debe resultar extraño que existan películas que unan ambos mundos, como ya ocurriera con Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1993), y como sucede ahora con la hermosa Coco (Lee Unkrich, 2017).

Sin duda, Pixar se ha convertido en una de las principales empresas de animación en el mundo, consiguiendo emocionarnos con sus propuestas cinematográficas. Y aunque es cierto que ha tenido algunas obras más regulares o inclusa malas, su calidad suele ser elevada y va unida al favor tanto de crítica como de público. Con Coco, dirigida por el mismo responsable que Toy Story 3 (2010), vuelve a ser así.


En esta obra nos pondremos en la piel del joven Miguel, un aspirante a músico que quiere cumplir su sueño a pesar de la prohibición de su familia de acercarse a la música desde que su tatarabuelo los abandonase por perseguir ese mismo deseo. Sin embargo, el muchacho tiene talento y no dudará en arriesgarse a fin de seguir los pasos de su ídolo, Ernesto de la Cruz, aunque para ello deba robar su guitarra. Nuestro protagonista no solo incumplirá las normas familiares, sino que también atentará contra las reglas que existen entre el mundo de los vivos y de los muertos, provocando así una maldición que le obligará a encontrar su salvación entre los fantasmas que pueblan el otro mundo. De esta forma, la auténtica aventura comenzará cuando Miguel se adentre en el mundo de los muertos y descubra cómo funciona y cómo de importantes son las relaciones familiares con el mundo de los vivos. 

Así pues, la película tiene un elemento principal muy reconocible: un protagonista rebelde en un proceso de aprendizaje y crecimiento. Como sucedía con Del revés (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015), existe un conflicto entre la identidad y la personalidad de este protagonista, que en ambos casos es un preadolescente, y la situación y normas familiares, en lo que vendría a ser el principio del fin de la infancia. Ahora bien, si en Del revés, toda la aventura sucedía en otro nivel, mostrando los cambios a través de las emociones personificadas, en este caso, nos encontramos con un proceso más clásico, donde será el protagonista quien viva una situación extraña que le permita tanto encontrar su sitio en el mundo como comprender a su familia.


De la misma forma, la estructura de la obra también es habitual: una presentación de la situación, que quizás sea la peor parte de la película en cuanto al ritmo, el descubrimiento del conflicto, que sería volver al mundo de los vivos, y finalmente, el desenlace, que al contrario que el planteamiento, se trata de lo mejor de la obra, donde se reúnen todos los elementos presentados anteriormente para llegar a una conclusión emotiva y bastante completa. En este sentido, Coco va de menos a más, y lo que podría aparentar ser una película más, consigue dar un sentido pleno a sus presupuestos, aunque estos sean típicos y ya los hayamos vistos en otras obras. Es más, el espectador habituado podrá encontrar la lógica de los giros argumentales antes de que estos sucedan, pero ello no les resta ingenio y lógica dentro de la historia que se nos presenta. 

Cabe destacar, no obstante, la labor que se hace al plantear a los personajes, por ejemplo, las matriarcas familiares, representadas por la abuela y la tatarabuela, un malvado creíble, aunque despiadado, y un casi coprotagonista que comienza siendo simpático, pero que llegará a ser uno de los componentes más emotivos. A ello acompaña el importante valor que se le otorga a la familia y que va más allá de las meras palabras para ahondar en esas cicatrices que un hecho del pasado puede dejar en las personas. El propio hecho de haber titulado Coco a esta película demuestra su clara intención.


Por otra parte, encontramos una menor dosis de humor a favor de una mayor presencia de drama. Ello no quiere decir que no existan elementos cómicos, pero están bastante distribuidos durante la película y no destacan especialmente, dado que son recursos clásicos, como un personaje que se queda boquiabierto y se le queda por ello la mandíbula al ser un esqueleto. Además, se supone que Dante (nombre adecuado para un viaje al más allá), el perro vagabundo que cuida Miguel, debería ser un alivio cómico en ciertas circunstancias, pero llega a sentirse como un añadido más bien innecesario y carganta, incluso con su posterior cambio. En el terreno del humor, la mejor parodia será la de Frida Kahlo (1907-1954).

En el terreno de la tragedia, la película nos brinda escenas que sirven al protagonista para madurar, como el descubrimiento de una muerte definitiva, la conversación con su tatarabuela en la escalera o la importancia que adquiere que los vivos no nos olvidemos de nuestros fallecidos. Por no olvidar mencionar la verosimilitud que esconde el hecho de que la música sirva para recordar, si atendemos a las últimas investigaciones sobre Alzheimer. Precisamente, la rebeldía de Miguel sirve para cambiar a su familia, pero sin que por ello se pierdan los valores positivos que trataban de transmitirle. Cerca del final encontraremos un momento de tensión anticlimático que, como era de esperar, acaba en el clímax concluyente de la obra, consiguiendo cerrar tanto la trama personal del protagonista como la de los otros personajes, incluso aquellos que considerábamos irrelevantes y que al final pueden llegar a tener un protagonismo inesperado, pero razonable gracias al argumento. Todo ello no evita que haya ciertas lagunas, como que su familia no sea capaz de encontrarlo en el mundo de los muertos a pesar de los recursos que tienen y a los que después recurren con mayor facilidad. O que en algunas ocasiones sintamos que la celebración mejicana se encuentra más bien como fondo para contar la historia, aunque realmente toda la película se alimenta de elementos propios de esta cultura para sostenerse.


No podríamos finalizar nuestro comentario sin destacar el apartado técnico, en el que Pixar sigue sobresaliendo en sobremanera, poniéndolo todo al servicio de lo que quiere contar. Por ejemplo, hay ocasiones en que logra reflejar bastante bien cómo se toca una guitarra mediante la animación. Además, en el estilo visual del mundo de los muertos podemos notar ciertas influencias del mundo fantástico de El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001), con la que además comparte ciertas ideas, como el conflicto familiar inicial y la posterior necesidad de regresar al mundo real. No obstante, si debemos destacar alguno de los elementos de la película es su música, tanto la banda sonora compuesta por Michael Giacchino como las canciones que pueblan la obra, especialmente Recuérdame, de Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez, que acaba por convertirse en pieza esencial y principal en todo el entramado, enriqueciéndose en cada versión que de la misma aparece en varios puntos del argumento.

En definitiva, Coco es una gran propuesta para toda la familia, donde encontraremos una historia no solo emotiva, sino bien narrada, cuya intensidad irá in crescendo. Algo debido, esencialmente, a una primera parte algo menos amena, dado que toda la propuesta gana cuando se inicia el periplo por el mundo de los muertos. Y de forma clara nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de mantener vivo el recuerdo de quienes nos precedieron, pero un recuerdo sano, que no nos limite ni nos impida avanzar para cumplir nuestros sueños. Y, por supuesto, que solo muere realmente aquello que olvidamos.


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