Para el sábado noche (L): Dulce libertad, de Alan Alda

11 febrero, 2016

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El cine sigue siendo el ingrediente favorito a la hora de cocinar las programaciones. Por ello, parece mentira que a estas alturas aún existan cadenas de televisión donde se le maltrata por medio de tropelías que ya creíamos superadas: interrupciones masivas, todo tipo de avances y rotulaciones que se intercalan sobre las imágenes, escisión de los títulos de crédito finales… Pobre cine, ¡cuánto se te necesita y qué poco se te respeta!

Michael Burgess (Alan Alda) ha logrado escribir uno de esos libros tildados como de referencia, cuyo acercamiento al público por vía del lenguaje asequible lo ha convertido en una obra abiertamente popular. Tanto, que Hollywood ha comprado los derechos y decidido hacer una película con él.

En el aula, Michael se desenvuelve como pez en el agua. Al contrario de lo que suele suceder con los “profesores estrella” -por los mediáticos motivos que sea-, Burgess no camina con la nariz sobre el aire, posee un carácter afable, los alumnos interaccionan con él, y entre todos comentan los textos históricos de viva voz.

Pero aspectos de la didáctica educativa aparte -lo que nos conduciría a otro tipo de reseña-, la vida de Michael y de toda la comunidad de Sayeville, en la que reside, dará un vuelco cuando la locución “industria del cine” pase de tener un significado neutro, en principio, a convertirse en lesivo, al menos en cuanto a lo que a Michael y sus estudios históricos se refiere. La “irrupción” del cine en la referida población queda magníficamente ilustrada a través de la mengua de músicos de la banda que recibe a los exóticos recién llegados.


De hecho, ¿hasta qué punto es o debe ser fiel una adaptación? Ya hemos comentado en otras ocasiones como, en este blog, distinguimos entre el lenguaje escrito y el cinematográfico, pero no para oponerlos, sino para complementarlos. Una buena traslación al cine no ha de ser necesariamente fiel al texto en que se inspira, ya que la lectura del realizador puede ser distintiva y particular y, en cualquier caso, conjugar de forma eficaz o sobresaliente dicho lenguaje cinematográfico.

Lo cual tampoco significa, necesariamente, que toda adaptación haya de resultar infiel a la letra. En la historia del cine encontramos, con cierta frecuencia, excelentes adaptaciones de libros mediocres, y viceversa. El lenguaje de la imagen posee sus propios códigos de conducta y razones de ser. Es más, sin la mirada del cine no se comprende cabalmente buena parte de la literatura del siglo XX.

Pero prosigamos con las desventuras de nuestro maestro. Además de su forzado vínculo con el séptimo arte, Michael mantiene una relación personal con una colega de la enseñanza, Gretchen Carlsen (Lise Hilboldt). Como sabemos, las relaciones de pareja exigen un esfuerzo continuo si han de perdurar. En el caso de Gretchen y Michael, ambos tienen miedo a comprometerse de nuevo (ya han pasado por eso antes), razón por la que se muestran reticentes; a ratos inflexibles, a ratos complacientes. Una situación que, en el caso del escritor, se complica a causa de la relación con la madre, la veterana Lillian Gish (1893-1993). También esta posee sus propias ilusiones, filtradas por una visión idílica de la realidad que, curiosamente, se corresponde con la que es capaz de proporcionar un instrumento artístico como el cine. Al final, ambos aspectos se fusionan, cuando Michael pergeña una ficción destinada a confortar a la progenitora.

Pero mientras esto sucede, Gretchen y Michael acuerdan un rodaje sabático, con objeto de tratar de conocer a otras personas. En cualquier caso, el impasse cinematográfico servirá a la indecisa pareja para confirmar sus sentimientos, antes de abordar una convivencia definitiva.


Pero la red de relaciones no acaba aquí. Michael ha de vérselas con el director de blockbusters Bo Hodges (Saul Rubinek), al tiempo que entra en contacto con la actriz principal del reparto, Faith Healy (Michelle Pfeiffer). El escritor también ha aceptado el reto de convertirse en co-guionista, de la mano de Stanley Gould (Bob Hoskins), para tratar de enmendar todo aquello que figura como erróneo en el guión, cuyas semejanzas con la realidad histórica es, como se suele decir, pura coincidencia.

Y es que la relación de su libro con el mundo del cine tampoco es la más idílica, habida cuenta de que la esencia de la historia está siendo desnaturalizada. Lo cual, acontece entre los consabidos e interesados amores de verano, que también afectarán a Michael, más enamorado del personaje que interpreta la actriz que de esta misma, a la que contempla como la encarnación de esa figura histórica a la que ha dedicado tantas pesquisas y a la que, a su manera, también ha ayudado a volver a la vida (no en vano, la primera vez que Michael ve a Faith, esta ya está ataviada con el traje de época correspondiente). A su vez, Faith tendrá la oportunidad, dada su vinculación con Michael, de adentrarse mucho más en su personaje.


De igual modo, el profesor -y en cierto modo también alumno- habrá de confraternizar con el mujeriego y despreocupado actor principal, el veterano Elliot James (un estupendo Michael Caine), del que resulta impagable su definición de “historia”. Un apunte malicioso que se asemeja al comentario que le hacen a Michael durante la premier de la película -a lo largo de los títulos de crédito finales-, donde no se sabe hasta qué punto se trata de otro guiño irónico, referido, en esta ocasión, al nivel cultural de ciertos periodistas (sin olvidar los caprichos de los personajes del mundo del cine).

Un entramado, a veces solo abocetado, pero siempre bien expuesto, que se aúna por medio de un elemento característico del lenguaje cinematográfico: el plano circular que se ha filmado con una steadicam, que finalmente fusiona ambos mundos: el de la realidad de la vida y la realidad de la ficción.

En definitiva, enfrentarse con los puntos de vista de otras personas, ya sea la pareja, el director de la película, el guionista o la madre, parece ser el gran reto en la vida de Michael Burgess, ganador del premio Pulitzer por su ensayo histórico Dulce Libertad (una expresión atribuida a John Adams [1735-1826]).


Tales son las líneas argumentales de Dulce libertad “película” (Sweet Liberty, Universal, 1986), brillante comedia escrita y dirigida por Alan Alda (1936), producida por Martin Bregman (1925) y con un pegadizo acompañamiento musical de Bruce Broughton (1945).

Una carrera corta (o espaciada; o mejor, selectiva) la de Alan Alda como realizador; que sin embargo, podemos completar con otros dos títulos que merecen la pena: Las cuatro estaciones (The Four Seasons, Universal, 1981) y Una nueva vida (A new life, Universal, 1988).

Escrito por Javier C. Aguilera


2 comentarios :

  1. Las ùltimas tres cintas que has reseñado, no las he visto. Pero gracias a eso tengo nuevo material para disfrutar en las noches luego de una deliciosa lectura pero antes de quedarme dormida.

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  2. Un saludo, Arethusa, y gracias por tus comentarios. Esperamos poder seguir contando contigo. Javier C. Aguilera.

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