Clásicos Inolvidables (XC): Poesías, de Fray Luis de León

24 febrero, 2016

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Con el paso del tiempo he llegado a considerar que existe un poema para cada persona. No en el sentido de que tan solo un poema pueda movernos, sino que ese poema sirve de llave para adentrarnos a algo más, quizás más versos, quizás más poetas, quizás más sobre nosotros mismos. De lo que estoy seguro es de que cuanto más aprendemos sobre los mecanismos líricos y, por tanto, más los comprendemos, más fácil resulta sentirnos atraídos por el ingenio oculto tras la dificultad retórica.

Por todo ello, a veces creo que realizamos el camino al revés: comenzamos a cargarnos de conocimientos teóricos impuestos por el sistema educativo, pero sin acercarnos realmente a la desnudez de un poema que nos haga vibrar. A veces, como decía Juan Ramón Jiménezodiamos los ropajes que revisten a la poesía y la preferimos con una vista más inocente.

Podría ser esta una introducción idónea para la sencillez lírica de un autor como Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) y sus célebres Rimas, a las que pronto dedicaremos un espacio. Sin embargo, nos vamos a otra época, a otras claves poéticas, nos acercamos a Fray Luis de León (1527-1591).

Este autor no se erige precisamente por su sencillez, al contrario, sin llegar a cotas de dificultad como Góngora, Fray Luis reúne en sus poemas tres influencias que supo manejar y que conocía bien: las claves cristianas a través de la Biblia, los recursos poéticos del humanismo renacentista e italianista y la recuperación de los clásicos grecolatinos, que llegó a traducir. Nos encontramos ante un poeta erudito en su época, que tenía acceso a tal saber gracias a pertenecer a la orden agustina en Salamanca, de cuya universidad sería catedrático.

Ahora bien, también nos encontramos ante una persona que sufre, que padece y que muestra sus ansias de libertad, de serenidad, paz y conocimiento a través de su poesía. No en vano fue encarcelado por la Inquisición durante cinco años, acusado de traducir el Cantar de los Cantares a lengua vulgar, una experiencia que le valió para escribir diversas poesías. A su regreso a las clases después de su puesta en libertad tras cinco años, comenzó la lección como hacía habitualmente: Decíamos ayer... 

Fray Luis de León (1599), de F. Pacheco
Debemos mencionar el hecho de que conocemos a este poeta a pesar de las circunstancias, al menos en esta faceta concreta. Fray Luis llegó a contar en vida con cierta presencia editorial gracias a obras prosaicas como De los nombres de Cristo (1583); sin embargo, su obra poética pasó desapercibida al menos para la imprenta, dado que no llegó a publicar en vida ningún poemario, como él mismo hubiera deseado con tal de evitar atribuciones erróneas (como finalmente sucedería). Cuarenta años habrían de pasar para que otro poeta, Francisco de Quevedo (1580-1645), reuniera por primera vez sus poesías en una edición realizada en 1631, dedicada al Conde Duque de Olivares. El texto ha gozado de una suerte azarosa en su trato y hasta el siglo XX no se llegó a fijar de forma adecuada una versión definitiva, en este caso gracias a los esfuerzos de estudiosos como el padre Ángel Custodio.

Como compendio de tres influencias, según comentábamos antes, Fray Luis cultivó una poesía de carácter religioso inapelable, aunque imbuida de planteamientos filosóficos clásicos, como el neoplatonismo o el estoicismo, además de tópicos renacentistas como el beatus ille, de sus predilectos.

Se ha debatido a lo largo de los siglos si fue místico o ascético a raíz de su poesía religiosa; sin embargo, es una cuestión relativamente menor, lo que realmente importa es qué muestra en su obra. Lo cierto es que en su poesía llegará a cultivar algunas piezas cercanas al misticismo (como Morada del cielo), es decir, a la unión con la divinidad, pero considero que mayoritariamente se queda en planteamientos ascéticos, es decir, en el deseo de huir de lo terrenal para alcanzar a Dios, entendido como estadio de paz y conocimiento, sin llegar a producirse la unión deseada. Esta cuestión lo diferenciará de San Juan de la Cruz (1542-1591) o Santa Teresa de Jesús (1515-1582), ambos muchos más carnales, incluso con una puerta abierta a la interpretación sexual. Cabe destacar especialmente, aunque lo hago a título personal, que las obras poéticas de San Juan permiten una mayor cercanía actual que las de Fray Luis por esta vertiente amorosa, pero se trata de una valoración personal que no resta valor a la lírica del agustino.

Seguramente lo que más sorprende de la poesía de Fray Luis es que, pese a su carácter religioso, las imágenes y referencias que emplea son evidentemente paganas. Por ejemplo, en la Oda a Salinas, se realiza una alabanza a la música realizada por este amigo y músico ciego que era Salinas, pero sustenta su poema sobre ideas clásicas no necesariamente cristianas: el alma aprisionada en el cuerpo y sumida en el olvido, es decir, la anamnesis neoplatónica, el tempus fugit a partir de la belleza caduca, la consideración del mundo dividido en esferas, propio de la cosmología antigua, situando a la música como motor (fuente y primera) siguiendo ideas pitagóricas y anteponiéndola a la propia divinidad, una divinidad que se convierte en el intérprete de la música:

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.


A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
Piano solitario (Fotografía de LJ)

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

[...]

¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos! 

No obstante, los códigos eran empleados por Fray Luis a propósito. Debemos tener en cuenta que él escribía principalmente para sus amigos y que detrás de esta elevación ascética que produce la música, también se esconden mensajes para sus amigos, como el sentimiento de superioridad de quien conoce los códigos, en forma de cierto elitismo (incluso llega a burlarse del vulgo vil). A la vez, se está alabando a un amigo, Salinas, llegándolo a comparar con la música del Maestro, es decir, del Dios cristiano, provocando precisamente la unión final (¡Oh muerte que das vida!) de tono místico. A través del arte, se alcanza el máximo estadio de cercanía a la divinidad, similar a un síndrome de Stendhal religioso.

En este mismo sentido, Fray Luis producirá varios poemas dedicados a la búsqueda de esa armonía y paz interior, generalmente a través del beatus ille horacioano. Si en esta Oda a Salinas presenta la música como refugio y forma de elevación, en A la vida retirada planteará un locus amoenus donde refugiarse para alcanzar esta ataraxia, ese estado de plenitud y alejamiento de lo terrenal. En cierta forma, el agustino ansiaba la soledad que no le permitía ni su posición ni su carácter inquieto. Así parece mostrarlo en el famoso poema que, atribuido generalmente a él, se encontró en su celda:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!

Locus Amoenus (Fotografía de LJ)
Se expresa un deseo de huida hacia el campo, lugar de refugio para Fray Luis, aunque nunca abandonara por completo su estilo de vida más agitado, con las clases de su cátedra o sus trabajos de escritura. A esta temática dedico sus odas, describiendo esa naturaleza ansiada. Sin embargo, también cabe destacar que escribió poesía moral, generalmente despreciando los bienes materiales, las actitudes codiciosas y pecaminosos, invitando a una vida de carácter religioso y sosegado. Sorprenderá seguramente a quienes no conozcan la poesía de este fraile la vehemencia de sus críticas en poemas como Contra un juez avaro, que finaliza con un memento mori que no alcanza la rotundidad de Góngora en Mientras por competir con tu cabello, pero se asemeja:

Aunque en ricos montones
levantes el cautivo inútil oro;
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;

y aunque cruel tirano
oprimas la verdad, y tu avaricia,
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;

[...]

del Tiempo hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado,
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;
y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido

Parábola del rico hombre (1627), de Rembrandt
A veces uno se puede plantear al ver estos poemas si acaso nos podemos sentir relacionados con estas ideas y, aún más, si podemos disfrutar de su lectura. Debemos reconocer que sin las claves necesarias, sin el reconocimiento de lo que estamos leyendo, difícilmente se puede disfrutar, sino sentirse confundido por las circunstancias. No se trata solo de que el fondo pueda ser religioso y no compartamos ese sentimiento, sino de que no somos capaces de acudir a lo que realmente esconde la poesía trabajada y erudita de Fray Luis: el halago amistoso, el éxtasis que nos puede producir el arte (Oda a Salinas), el desprecio por quienes actúan con maldad y mala ética por la avaricia o el poder (Contra un juez avaro), el sentirse traicionado y la necesidad de huir a nuestra soledad, al lugar donde realmente somos nosotros con nosotros mismos (Al salir de la cárcel, A la vida retirada), al sentimiento de pérdida con el despecho hacia quien nos arrebató lo que queríamos, fuera la muerte, fuera una nube (En la ascensión), o el recordar que todo muta y que llegará el fin de nuestros días o la soledad de nuestra senectud (Imitación de diversos).

En definitiva, más allá de los códigos empleados, estamos ante la clave de nuestra condición humana y mortal. Los códigos nos pueden restringir, pero a veces la lectura se siente más intensa a pesar del desconocimiento. Sin una producción excesiva, con referencias reiteradas, a medio camino entre la ascética y la mística, Fray Luis propone en su obra poética algunos versos inolvidables de nuestra literatura, aunque en ocasiones se halle en las antípodas de nuestra vida contemporánea.

Escrito por Luis J. del Castillo


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