Adaptaciones (XLI): Harry Potter y el cáliz de fuego, de Mike Newell

05 mayo, 2015

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En cuestiones cinematográficas, Alfonso Cuarón logró con Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004) elevar el nivel de la saga con aspectos más artísticos en el séptimo arte, pero también tomó la decisión de realizar tan solo una de las entregas, cediendo pronto el testigo a otro director que trató de seguir sus pasos en ciertos aspectos, pero que no logró igualar la proeza en su totalidad. Nos referimos al director Mike Newell y a la única entrega que dirigió de la saga: Harry Potter y el cáliz de fuego (2005). 


Newell tenía una interesante trayectoria tras de sí, con películas en los noventa como Cuatro bodas y un funeral (1994) o Donnie Brasko (1997), aunque realmente ha sido un director algo irregular. Tras participar de manera entusiasta en la saga del joven mago, ha realizado otras adaptaciones cinematográficas tanto de libros, como El amor en los tiempos del cólera (2007) o Grandes esperanzas (2012), como de videojuegos, tal fue el caso de Prince of Persia: Las Arenas del Tiempo (2010). 

Hasta el momento, habíamos contado con dos películas de corte clásico y aventuras infantiles y fantasiosas de la mano de Chris Columbus, donde la oscuridad se reflejaba en una presencia debilitada de Lord Voldemort, y con Alfonso Cuarón llegamos a la bisagra en la película que más ahonda en el crecimiento del personaje principal como preadolescente dubitativo ante los cambios, al menos en un tono serio y reflexivo. Mike Newell y el guionista Steve Kloves (encargado de los guiones de todas las entregas, salvo de la quinta, Harry Potter y la Orden del Fénix) optaron por recortar la historia, algo obvio dado el tamaño del volumen de Rowling, pero creando por ello una obra fragmentada en su desarrollo, pero no por la ausencia de elementos (muchos y de diverso calado), sino por cómo están construidos los que se han presentado.


Se inicia la película con una imagen onírica que se relaciona con Lord Voldemort y sus planes para retornar a una posición de poder. Tras esta secuencia, comenzamos con el despertar de Harry (Daniel Radcliffe) en una introducción donde se omite a los Dursley (por primera vez en la saga cinematográfica) y, posteriormente, todo el desarrollo del partido final del Mundial de Quidditch, presentándonos un comienzo avanzado en la trama sin una explicación para el espectador. Tras los sucesos oscuros relacionados con la Marca Tenebrosa, se embarcan en un regreso a Hogwarts donde la amenaza pende sobre ellos: el Torneo de los Tres Magos, lleno de pruebas peligrosas y prohibido a los alumnos menores, escoge en esta ocasión a través del cáliz de fuego a cuatro miembros, pese a que solo participan tres escuelas de magia. Este seleccionado es Harry Potter, para sorpresa de los presentes y de sí mismo. A partir de ahí, tendrá que luchar por sobrevivir en el Torneo sin saber que se encamina hacia su reencuentro con el mago oscuro más temido de todos los tiempos.

A nivel de dirección y producción, destacan precisamente las escenas relativas a la acción: el enfrentamiento con el dragón (más emocionante y espectacular en la película), el rescate acuático, el tramo del laberinto (aunque no se aprecia la dificultad de este frente a las otras dos pruebas) y toda la trama del cementerio son de lo más destacable de la película y, sin duda, recuperan la fuerza y el carácter del universo de los libros. 


Lamentablemente, todo lo demás se desvía hacia otras lides poco interesantes, salvando algunos momentos, como la clase de Ojoloco Moody (Brendan Gleeson) en torno a las maldiciones imperdonables (descubrimos las armas de los mortífagos y lo podemos relacionar directamente con el Avada Kedavra que Lucius Malfoy estuvo a punto de realizar contra Potter al final de la segunda entrega) o la fiesta del baile escolar, tenemos serios tropiezos, por ejemplo, con cambios en personajes tan relevantes como Dumbledore, que se muestra torpe e histriónico en varias ocasiones, o la inclusión de una trama amorosa que, aunque está presente en los libros, no se desarrolla de manera adecuada en la película. Faltan diálogos que nos otorguen la sensación de que Harry siente algo por el personaje de Cho Chang (Katie Leung) y no es una simple atracción, donde incluso se introducen algunos elementos de torpeza humorística que nos otorgan la sensación de vergüenza ajena (como cuando se le derrama el agua) frente a otras mejor llevadas (los nervios al pedirle salir en el baile).

Precisamente, la maduración de los personajes iniciada en la anterior película se ve interrumpida aquí por una infantilización de sus comportamientos. Por ejemplo, en la escena del ensayo del baile no parece existir una reacción de miedo ante lo desconocido o de modestia, sino una falta de atracción más propio de una edad más corta. Incluso la brecha que se abre entre Ron (Rupert Grint) y Harry nos lleva a escenas y diálogos absurdos, mencionamos aquí la escena en que Hermione (Emma Watson) se convierte en su particular correveidile, desaprovechando la primera ocasión en que existe por fin una distancia entre el trío protagonista desde su formación en la primera película. Lo que mejor funciona en estos casos son las interpretaciones en la parte sutil que permiten las escenas, como la forma en que funciona la relación de Hermione y Harry mientras Ron se mantiene aparte.


En este sentido, podemos fácilmente pensar que salvando las tramas del Torneo de los Tres Magos (aunque en ciertos aspectos faltan explicaciones para el espectador que no sea lector) y de Voldemort en el tramo final, el resto de historias que se aprovechan como adaptación fallan en su desarrollo, con un humor añadido que no funciona en exceso (rescatamos la escena de los gemelos Weasley con el cáliz de fuego o algunas escenas de Neville [Matthew Lewis]) y donde aunque vemos a Harry solo, al contar al principio con el rechazo de prácticamente todo el colegio, no notamos realmente la sensación de que esté mal, tan solo leves enfados y la ausencia de la melancolía que anteriormente había mostrado (ahí tenemos como ejemplos la escena que Columbus planteó cuando Harry pasa su primera noche en Hogwarts en la primera entrega o las conversaciones entre Lupin y el joven mago en la tercera).

También se desvirtúa el comportamiento de otros personajes, como el caso nombrado de Dumbledore, o se ridiculiza a otros, como Filch (David Bradley), innecesariamente. Otros quedan retratados con brocha gorda. Ahí tenemos a los otros tres magos que participan en el Torneo, siendo especialmente sangrante el caso de Cedric Diggory (Robert Pattinson), que debíamos ver como un rival para Harry, pero del que apenas se nos ofrecen más que esbozos en algunas escenas (aprovechamos para mencionar aquí el hecho de que tanto Diggory como Chang deberían haber aparecido en la anterior entrega según los libros, aunque ello no sea excusa para que tanto uno como otro no se desarrollen en esta película). Aún menos presencia que Diggory, la que se otorga a los participantes de las otras escuelas, con apenas presencia en escena: Victor Krum (Stanislav Ianevski) y Fleur Delacour (Clémence Poésy).


Algo similar sucede con los profesores de Hogwarts, que ven su papel reducido prácticamente a escenas humorísticas o con poca importancia, como McGonagall (Maggie Smith), Snape (Alan Rickman) o Flitwick (Warwick Davis). Algo similar sucede con nuevos personajes, cuyas tramas o bien se han reducido con respecto al libro o bien apenas se esbozan. Por ejemplo, de Igor Karkarov (Predrag Bjelac) se sospecha levemente sobre su bando al ser un antiguo mortífago (como se revela mediante un flashback oportuno gracias a un objeto mágico, el pensadero) y la película induce a pensar que él pudo ser el responsable de meter a Harry en el Torneo con un par de escenas, aunque realmente nuestros protagonistas no se embarcarán en otra aventura de investigación en torno a esta cuestión como hicieron en antiguas entregas; aunque el espectador atento podrá atar cabos fácilmente gracias a las pistas que ofrece la obra. En este sentido, el género de la película deja ser tan negro adentrándose más en el aspecto de la aventura. Debemos tener en cuenta, además, que si la anterior entrega funcionaba como bisagra, esta cuarta es justamente la que va a posicionar la saga hacia una dirección diferente gracias a su final, que siembra el inicio de la trama que se trabajará en el resto de películas. Además, así se deja intuir en el cierre de esta obra.

Hay otras subtramas que se trabajan en la película, como, por ejemplo, la historia de amor entre Hagrid (Robbie Coltrane) y Olympe Maxime (Frances de la Tour), en la que, sin embargo, no se profundiza ni se llega a ofrecer una conclusión, impidiendo acercarnos al problema de identidad que tiene Hagrid como semigigante, algo a lo que nos acercaremos en la siguiente entrega, pero que aquí se desaprovecha pese a llegar a introducir a Olympe y esta subtrama. Algo similar sucede con la prensa sensacionalista de Rita Skeeter (Miranda Richardson), un personaje irritante tanto en los libros como en la película, aunque su presencia sea más amplia en los primeros. Representa, sin duda, lo peor del periodismo y permite una crítica a esta forma de crear mentiras y manipular la verdad de cara a la opinión pública. Este aspecto se trabaja aún más en la siguiente película, pero sin el regreso de este personaje, que ve así disminuida su importancia en la saga cinematográfica.


Precisamente, otras tramas que se quedaron fuera de la entrega cinematográfica, aunque estuvieran presentes en los libros, tienen relación con temas sociales o con el desarrollo de personajes y tramas relevantes. Por ejemplo, se excluye todo lo relativo a los elfos domésticos y a la defensa de su libertad, y de la del resto de criaturas mágicas, que emprende Hermione en esta historia y que tendrá cierta presencia en el resto de la saga literaria; con ello se hubiera retomado el tema de la esclavitud en el mundo mágico que ya se dejó ver en la segunda entrega, aunque a nivel de argumento no se echa en falta y la intervención de algunos de estos personajes es sustituida fácilmente por otros. De la misma forma, no se hacen referencias claras a la seguridad ni a la realización de las pruebas del Torneo, saltándose así la intervención de Bill Weasley, por ejemplo, o la aparición de nuevas criaturas mágicas en el laberinto, así como todo lo relativo a la preparación de Harry en materia de hechizos con ayuda de sus amigos, saltándose así el momento en que aprende el hechizo Accio, cuya relevancia es vital en la primera prueba y en la secuencia del cementerio. 

No obstante, debemos destacar lo bien realizado que está el último tramo de la película, desde el inicio de la secuencia del cementerio y el posterior regreso a Hogwarts, descubriendo quién era el mortífago infiltrado (interpretado por David Tennant, pre-Doctor Who). Si en la anterior película se había comenzado a oscurecer la historia de Harry estética y argumentalmente, en esta obra esta transformación se continúa precisamente con estas últimas escenas, pese a que el resto de la película no colabora en la metamorfosis. El regreso de Voldemort es convincente, apoyado por la interpretación de Ralph Fiennes caracterizado de manera irreconocible bajo una apariencia macabra y sombría, con rasgos similares a las de las serpientes (precisamente existe una gran mofa en las redes por la falta de nariz, aunque se corresponda más o menos con la descripción literaria), calvo y completamente pálido. 


En la cuestión artística, se reutilizó la decoración de Cuarón, quedando así la estética de Hogwarts que el director mejicano había empleado como la definitiva (salvando los cambios menores realizados posteriormente) para el resto de la saga. En este caso, destaca la aparición de la lechucería como una torre aparte del castillo. Hay, por otra parte, menos presencia de la naturaleza o del entorno, tan solo en las pruebas se le da relevancia, tanto en la persecución del dragón por el castillo como en el interior del lago. Los efectos especiales se emplearon a fondo dentro de un argumento que lo solicitaba con más fuerza que en anteriores entregas y en esta película cobran el sentido necesario atendiendo a la historia que se está contando. Técnicamente es correcta, más clásica y académica que la visión de Cuarón, aunque se notan algunos errores de raccord.

En la música, ya no se contó con John Williams, sino que intervino en esta ocasión el compositor Patrick Doyle, que además de reutilizar la melodía principal creada por Williams dentro de algunas de sus composiciones, introdujo un estilo más británico y elegante. Se vio en la necesidad de ofrecer música diegética por la trama, por lo que notamos una mayor presencia de himnos y valses. Además, se incluyen tres canciones creadas por Jarvis Cocker, líder de la banda Pulp, para las escenas del baile navideño, apareciendo Cocker incluso como cantante de la banda del mencionado baile en un cameo.

Mike Newell junto a los actores Alan Rickman, Rupert Grint y Daniel Radcliffe.
En definitiva, lo que nos proporcionó Newell fue una película irregular e impersonal, sobre todo si lo comparamos al nivel que se alcanzó en la anterior entrega. Harry Potter y el cáliz de fuego es una película técnicamente correcta, en la línea del clasicismo ofrecido por Columbus, pero siguiendo la estética que impuso Cuarón. Una aventura que se luce precisamente en la acción, pero que deja la evolución de sus personajes en manos de algunas escenas de carácter humorístico y con la sensación de que quedan cosas en el aire, lo cual es cierto si atendemos a las subtramas que, pese a plantearse en la película, quedan incompletas o no resueltas. No obstante, el tramo final eleva la valoración que podemos realizar de esta película, porque no solo supone el cambio de orientación de toda la saga, sino que además destaca como conclusión de la trama mejor llevada, pese a sus evidentes fallos, de esta obra, la del Torneo de los Tres Magos.






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