Sammy, huida hacia el sur, de Alexander Mackendrick

03 enero, 2015

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Recordaba François Truffaut (1932-1984) que los niños tenían “la piel dura” y un buen ejemplo cinematográfico de ello es Sammy, huida hacia el sur (Sammy going south, British Lion-Bryanston-Seven Arts, 1963) de Alexander Mackendrick (1912-1993). Fue escrita por Denis Cannan (1919-2011), en base a la novela de W. H. Canaway (1925-1988), con fotografía de Erwin Hillier (1911-2005) y una expresionista música del interesante Tristram Cary (1925-2008).

Para Sammy Hartland (Fergus McClelland), su periplo arranca en la ciudad de Suez, en 1956. Como la mayoría de los niños, Sammy vive despreocupadamente con sus padres en un piso cerca del puerto de la ciudad. Pero el entorno anda alborotado a causa de un reciente conflicto relacionado con el famoso canal (inaugurado en 1869 y que comunica el mar Mediterráneo con el mar Rojo, en Egipto). En efecto, fue en ese año cincuenta y seis cuando el presidente egipcio, Gamal A. Nasser (1918-1970), decidió nacionalizar la indispensable vía de navegación, provocando con ello una confrontación con Francia y Reino Unido, principales beneficiarios del canal, que asimismo estaba bajo dominio británico desde 1888.

Esta coyuntura proporciona dos excelentes instantes cinematográficos a la película. El del sonido del silbato que se confunde con el del avión que ataca desde el aire, y el que muestra una zapatilla roja que cae al suelo, momento que ilustra en una sola imagen las consecuencias de lo sucedido y que anticipa el conflicto emocional que le sobrevendrá al muchacho.


Antes de que esto suceda, Sammy ha tenido noticia de la existencia de una tía llamada Jane (Zena Walker), que posee un hotel en Durban, en África del Sur, al otro extremo del continente. La casualidad en forma de juguete hace que Sammy no se encuentre en casa cuando comienza el bombardeo, por lo que el chico decidirá partir al encuentro de este familiar, comenzando así su consabido viaje iniciático, esto es, topando con todo tipo de gentes y hallando un delicado equilibrio entre el desamparo y la fortaleza.

En este sentido, el relato no ahorra cierta crudeza, como cuando un joven lugareño que parece querer hacerse cargo de él tras el ataque aéreo intenta agredirlo a modo de represalia o cuando Sammy ha de ejercer de “Lazarillo” de un beduino sirio que ha perdido la vista (Zia Mohyeddin). La desconfianza de Sammy hacia los adultos irá en aumento, hasta que poco a poco, aprenderá a confiar de nuevo en una persona que no ha de fingir social o afectivamente, Cocky Wainwright (Edward G. Robinson).


Mackendrick ofrece otros detalles formidables, como el descubrimiento por parte del muchacho de los llamados Colosos de Memnon en Luxor, antes de ser temporalmente “adoptado” por una turista adinerada -y sin hijos- llamada Gloria (Constance Cummings). Pero el viaje de Sammy proseguirá por el llamado Nilo Blanco (que junto al Nilo Azul conforma el río Nilo, propiamente dicho) tras un trayecto en barco que nos recuerda los escenarios y figuras de Mark Twain. Tras alcanzar Sudán, Mackendrick planifica otra secuencia extraordinaria, aparentemente sencilla pero de gran belleza, cuando Sammy, que en esos momentos solo confía en su brújula, percibe, no sin resquemor, los sonidos de la sabana, una vez se ha encaramado a un árbol con la llegada de la noche.

Será poco después cuando conozca a Cocky, un aventurero que sobrelleva otra vida dura “dirigiendo” una empresacuanto más privada mejor”, de búsqueda (o mejor, saqueo no gubernamental) de diamantes. Pero la dureza también es aplicable a las autoridades del país por el modo en que estas acaban por arrasar el campamento. En un principio, Sammy siente pudor de narrarle a Cocky todo lo que le ha sucedido, pero poco a poco irá recuperando la confianza perdida, no solo en el mundo que lo rodea, sino en sí mismo. Hasta entonces, los límites de lo correcto o lo legal aún se hallan difusos en su mente, un aspecto que se concreta en el episodio de la caza del amenazador leopardo… que resulta tener una cría.


Por suponer un valioso relato cinematográfico y por su fortuna al sortear los previsibles clichés -además de la insufrible corrección política- a los que tanto novela como película podían haberse adscrito en principio, es por lo que hoy recordamos Sammy, huída hacia el sur.

Escrito por Javier C. Aguilera



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