¡Rompe Ralph!, de Rich Moore

04 enero, 2015

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El mundo de los videojuegos siempre ha resultado atractivo para el séptimo arte, de la misma forma que muchos videojuegos han nacido al amparo de proyectos cinematográficos. Los resultados han sido variopintos, aunque lo cierto es que, de manera general en las adaptaciones, no han sido satisfactorios. Aunque la idea de esta película se comenzó a formar en los años ochenta, lo cierto es que se fue aplazando hasta hace apenas tres años, lo cual quizás haya provocado parte de su éxito, como el hecho crucial de que ya existe una historia de los videojuegos y algunos personajes popularizados, a la par que un estilo retro fácilmente reconocible en el juego que da sentido al protagonista.

En efecto, ¡Rompe Ralph! (Wreck-It Ralph, 2012) funciona en la historia que narra, pero también lo hace en su contexto gracias a la cantidad de referencias que logra acumular y que quizás en décadas anteriores no hubieran sido posibles.

La historia comienza con el cambio de perspectiva que pretende adoptar un malvado que no se siente como tal, una idea que ya se había experimentado recientemente en el mundo de la animación, como muestra los casos de Gru, mi villano favorito (Despicable Me, 2010) y de Megamind (Tom McGrath, 2010). Si bien las parodias de los villanos clásicos han sido muy habituales, la idea se traslada en esta ocasión al mundo de los videojuegos, comenzando esencialmente por ese estilo de juegos sin demasiado argumento donde la idea básica es acabar con el causante de algún daño. Sin embargo, desde el punto de vista de los personajes, aquello es tan solo un trabajo asignado desde su nacimiento y con el que no siempre están complacidos, sobre todo cuando todos te tratan mal solo por cumplir con el papel que te ha tocado en tu vida. 

Ralph estará en esta posición, su especialidad es destruir cosas y causa temor entre sus vecinos, malvive en la basura y lleva demasiados años de la misma forma, desea cambiar, ser reconocido y aceptado, incluso conseguir la medalla del éxito como hace su rival en el juego, Arréglalo Félix Jr. Sin embargo, ese deseo no es compartido por otros villanos ni comprendido por sus compañeros en el juego. Ello provocará una arriesgada apuesta que hará buscar a Ralph el premio del vencedor en algún otro juego de las máquinas recreativas, lo que provocará fallos en su juego original y, de manera consecuente, el final del mismo si no regresa lo antes posible, poniendo de relieve que, pese a no ser querido, era completamente necesario e imprescindible.


La película nos guiará en el viaje de Ralph por todo este universo de videojuegos, donde abundarán los guiños, como ya mencionamos antes, a la vez que se construye todo un mundo regido por normas que se explican a lo largo de la película y que consiguen otorgarle una buena coherencia, incluso con nuestra realidad. Se llega incluso a dar protagonismo a los auténticos bugs o glitchs en forma de personajes, lo que supone un anclaje a nuestro mundo sin dejar de estar creando otro distinto. Será uno de estos elementos el que complete el argumento de una manera bastante inteligente, otorgando además varios giros de tuerca en el tramo final de la película. 

La travesía de Ralph por las máquinas recreativas provocará diversos problemas, pero también solucionará la vida de Vanellope, una glitch empeñada en participar en las carreras de su juego, Sugar Crush, pese a los impedimentos que el resto de personajes le imponen. Esa discriminación no será vista con buenos por nuestro protagonista, que tendrá que aliarse y ayudar a Vanellope a lograr su sueño para conseguir la medalla que ella le había robado antes; pese a su aspecto adorable e inocente, la glitch tiene un comportamiento burlesco y perspicaz.


Ahora bien, aunque la película es veloz y sabe combinar muy bien sus elementos, seguramente se estanca demasiado en el juego de carreras, no explotando del todo las posibilidades que proporcionaba el vasto mundo de videojuegos, lo que queda pendiente para una ya anunciada secuela. De la misma forma, algo anticuado queda el formato de los recreativos, que hoy han dejado paso a las consolas personales y a la conexión por internet, aunque le otorga un toque nostálgico que agradará a un público adulto. 

Los guiños al mundo de los videojuegos son numerosos, incluyendo desde simples menciones o modificaciones de nombres, como Hero's Duty (de Call of Duty) o Sugar Crush (además de la estética de Candy Crush), hasta auténticos escenarios y personajes extraídos de juegos auténticos, como la pantalla de Pac-Man en los créditos iniciales, el bar y el camarero de Tapper, un videojuego de 1983, y personajes como Sonic, Q*bert o Ryu, así como enemigos célebres como M. Bison y Zangief (Street Fighter); hasta elementos como la exclamación de Metal Gear Solid, la super seta de Super Mario Bros. y diversos recursos de sonido y sprites que remiten a juegos populares.


Tampoco faltan referencias a cierta cultura pop, con elementos de nuestra vida cotidiana que han alcanzado cierta fama a través de las redes, como el experimento de unir Coca-Cola con caramelos Mentos, tal y como vemos en el hogar de Vanellope, o la aparición de las célebres galletas Oreo interactuando como guardas de un castillo. Incluso se emplea el famoso código Konami en la película o se pueden ver en los fondos grafitis que remiten a mitos videojueguiles, como Aerith lives en referencia al personaje de Final Fantasy VII.

De la misma forma, mientras que Ralph, Felix o Vanellope están recreados con un estilo de animación más clásico dentro del formato 3D, Calhoun, la encargada del juego Hero's Duty, se asemeja más al perfil de las animaciones de juegos de carácter más adulto, cercano al estilo de personajes pertenecientes a Gears of War, Mass Effect o Starcraft. De su mundo precisamente proviene el ciber-bicho, un ser cuyo peligro reside en desconocer que se encuentra dentro de un videojuego, lo que lo convierte en un virus mortífero para cualquier plataforma; un recurso que recuerda claramente a Toy Story (John Lasseter, 1995), donde uno de los protagonistas no era consciente de ser un juguete.


Todos estos hechos logran su cometido: dar más realidad a un universo que no parte de la nada, sino que se alimenta de la realidad que conocemos, lo que hace la experiencia cinematográfica completamente agradable. Rich Moore, director de este proyecto, debe estar acostumbrado a trabajar con estos guiños tras haberse encargado de las labores de dirección de diversos capítulos de series como Los Simpson o Futurama; ¡Rompe Ralph! supuso su primera nominación a los Premios Óscars. La película da una clara muestra de cómo los estudios de animación Disney han tomado el ejemplo de Pixar y está alcanzando su nivel con películas de esta calidad, sabiendo también crear un perfil distinto al de los cuentos de hadas clásicos.

En cuanto a la música, se encargó de la composición el músico Henry Jackman, alumno de Hans Zimmer, que en su carrera ha compuesto para películas de superhéroes como X-Men: Primera generación (X-Men: First Class, Matthew Vaughn, 2011) o  Capitán América: El soldado de invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), así como otras películas de animación, entre las que está la reciente Big Hero Six (2014). En esta ocasión, el uso de un tono épico unido a los recursos de la música creada para los juegos de 8-bits y a los de la animación tradicional conforman los principales elementos de su composición, lo que encaja perfectamente con el tipo de película ante la que estamos. Por otro lado, la introducción de canciones de tono más moderno, principalmente de toques rockeros, poperos y electrónicos, vienen a darle un punto más contemporáneo, aunque ello no suponga un carácter atemporal.


En definitiva, tenemos ante nosotros una interesante propuesta, quizás no aprovechada del todo, pero que divertirá a toda la familia gracias al conjunto de historia divertida y amena para niños y referencias para todas las generaciones, mostrando actitudes ante temas tan delicados como es la discriminación o el acoso, que sufren los dos protagonistas sin razón alguna. Ante ello, el inconformismo de Ralph nos demuestra que no podemos acomodarnos al sufrimiento, sino afrontarlo e intentar mejorar nuestra situación sin perder nuestra ilusión ni nuestros sueños, algo que nos demuestra claramente la actitud de Vanellope.


Escrito por Luis J. del Castillo


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