La ladrona de libros, de Brian Percival

17 agosto, 2014

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Cartel del film
La cantidad de obras derivadas de la guerra es ingente, ya lo comentábamos a raíz de Los girasoles ciegos (Alberto Méndez, 2004) y la guerra civil española, pero lo cierto es que una de las más usuales, especialmente en Estados Unidos, ha sido la Segunda Guerra Mundial. La película a la que nos acercamos hoy es la adaptación de una novela, La ladrona de libros (The Book Thief, Markus Zusak, 2005), que se acerca al conflicto desde la visión de la infancia, una cuestión también recurrente y que propulsó que en 2006 la novela corta El niño con el pijama de rayas (The Boy in the Stripped Pyjamas, John Boyne, 2006) fuera un best-seller, con posterior adaptación dos años más tarde. Ocho tuvo que esperar la novela de Zusak para que Brian Percival dirigiera el film del que hoy hablamos.

La película nos dirige a la historia de Liesel (Sophie Nélisse, sosteniendo bastante bien al personaje), una niña que es adoptada por el matrimonio formado por Hans y Rosa Hubermann (unos estupendos Geoffrey Rush y Emily Watson, encorsetados, sin embargo, en personajes planos como el padre de buen corazón y la madre malhumorada, pero buena en el fondo) en 1938.

La niña, en principio de carácter muy reservado, muestra también una actitud brusca que se irá ablandando según avance en la lectura y acepte el amor que le proporcionan sus padres adoptivos y sus amigos, en especial la presencia de su compañero en el colegio, Rudy Steiner (Nico Liersch), un niño estereotipo físico del perfecto alemán, pero con unos ideales y un corazón alejados tanto de la contienda como de la ideología nazi. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial arrastra consigo parte de la felicidad de su pequeño mundo, comenzarán entonces las quemas de libros, el reclutamiento, los interrogatorios y las inspecciones en las casas, algo especialmente delicado para la familia protagonista al proteger en su sótano al joven judío Max Vandenburg (Ben Schnetzer), quien entabla una bonita amistad con la niña, basada especialmente en la lectura de libros.


Podemos percibir una historia que destila actitudes previsibles e, incluso, estereotipadas, pero que se construyen bien en la cinta y que, pese a estar edulcorado, se aleja de un happy end total y crean una historia entretenida, bondadosa y de fácil visionado. Lamentablemente, tiene algunos defectos que no la hacen tan disfrutable como cabría esperar, dejando fuera los tópicos maniqueos de las historias sobre la Segunda Guerra Mundial, aquí algo suavizados quizá por encontrarse al otro lado de la batalla. Entre otras cosas, el amor por la lectura y los libros, que además está presente en el título, tiene una importancia relativa y tampoco son muchas las obras mencionadas; por ejemplo, la obra de H.G. WellsEl hombre invisible (1897), o la reflexión política de Hitler en Mi lucha (1925), evidente por el contexto. La caída de esta temática, empleada sobre todo con un aire más sentimental que literario, produce que haya ideas y relaciones entre personajes que se queden cojas, como la relación entre Liesel y la mujer del alcalde (Barbara Auer), e incluso el primer interés de Hans por el aprendizaje de su hija se ve mermado a las pocas escenas iniciales de su relación. 

El film sí se encarga de mostrarnos el dolor en el otro lado, el lado de los alemanes que también sufrieron la Segunda Guerra Mundial, que no estaban de acuerdo con lo provocado por Hitler y que no tenían más remedio que callar si no querían represalias. No obstante, todo este trabajo también está bañado de sentimentalismo más que de verdadera convicción intelectual: el miedo, el amor a lo que se tiene o el cariño al ser humano reluce sobre cualquier pensamiento moral; realmente, es algo importante, pero se echa en falta un auténtico personaje que demuestre que, más allá de esos sentimientos, existen divergencias de opinión bien construidas.


Además, el hecho de que no sintamos diferencia en los personajes al pasar los años, provoca la falta de una auténtica empatía hacia su situación. Es decir, hay una falta de medios para mostrarnos que están pasando auténtica hambre o que Liesel llega en mal estado a la casa. Al contrario, todos parecen estar perfectamente bien, aunque se quejen, alejando la dureza visual de la pantalla y, con ella, la auténtica impresión al espectador, puesto que las palabras son más efectivas en la literatura en estos casos.

Al drama final le falta fuerza y resulta apresurado. Las intervenciones del narrador en off hubieran podido resaltar más si se hubiera empleado con más personalidad a lo largo de la película, no tan concentrado en la parte final. De forma contraria, hay dos elementos que no debieron ser empleados de esa forma. Por una parte, la fotografía tiene en prácticamente toda la película un tono añejo, como empleando un filtro ausente de auténtico color, que quizás pretende crear melancolía, pero que resulta innecesaria y anodina, especialmente en las escenas más oscuras. Por otra, los completamente innecesarios agregados en alemán, señalando sobre todo el discurso del alcalde y los usos de "sí" o "no" siempre en este idioma, algo aún más ridículo si observamos que la escritura se hace en inglés.


El resto de la técnica que despliega el director británico Brian Percival es bastantes esmerada, curioso de alguien que proviene de la televisión, pero que no sorprende tanto si tenemos en cuenta su labor en la serie Downton Abbey (2010-2015). La ambientación, quitando el filtro fotográfico, los decorados y los vestuarios están realmente bien escogidos y situados. La música exquisita de John Williams resalta lo que pretenden transmitir las escenas y funciona perfectamente como acompañamiento, aunque no haya ninguna melodía que resalte sobre las demás y que permanezca en la memoria.

En definitiva, una película con buenas cualidades técnicas, una historia sencilla sobre la supervivencia de la bondad en una situación adversa, que arrastra deficiencias, pero que no deja ser una cinta que se puede ver sin excesivas pretensiones.

Escrito por Luis J. del Castillo


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