Clásicos Inolvidables (XXXIX): Pedro Páramo, de Juan Rulfo

11 febrero, 2014

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Juan Rulfo
Ejemplo de obra casi única en la vida de un escritor, Pedro Páramo (1955) fue la creación más reconocida del que fuera un modesto oficinista del departamento de inmigración, vendedor de neumáticos, e interesado por la fotografía y el cine, el mexicano Juan Rulfo (1917-1986). Tal vez su carácter autoexigente –literariamente hablando-, junto a la certeza de saber que ya había dado lo mejor de sí mismo –chocante sinceridad, viniendo de un escritor- impidieron que, tras El Llano en llamas (1953), Pedro Páramo El gallo de oro (1980, fecha de edición), Rulfo volviera a publicar nada más, narraciones póstumas aparte.

Tras una juventud marcada por la pérdida de los padres, en Juan Rulfo pesó de modo explícito el recuerdo de los lugares de la infancia, ese mundo perdido no por cuanto a la desaparición física de dichos lugares, sino por la desaparición del modo en que fueron. Rulfo escribió para vivir la soledad más que para combatirla, y sus personajes suelen ser también solitarios, pese a estar rodeados de gente. Más que condicionada, se trata de una soledad buscada, biológica.

Fraccionado en setenta fragmentos, Pedro Páramo llama en primer lugar la atención por el nombre escogido para su título. La “voz” principal será la del hijo de Pedro, Juan Preciado, pero es tal el peso del recuerdo, esta vez por vía de la madre (que es quién a su muerte encarga a Juan ir en busca del padre), que la presencia del progenitor impregna todo el relato, del mismo modo que lo hace el lugar, el pueblo de Comala.

Pero pese a este ambiente rural, los personajes acaban siendo icónicos, universales. Es gran mérito de Rulfo como escritor, junto a otros grandes maestros, el haber sabido incardinar un periodo histórico concreto (en este caso una sangrienta etapa de revueltas, aunque aquí se trate de forma menos “directa”), con la “historia” de sus personajes (buenos ejemplos no faltan: Pasternak, Tolstoi, Galdós, Baroja…). De igual modo, el lenguaje que despliega Rulfo es tanto popular como poético.

Fotografía de Juan Rulfo
El tema que subyace es el desánimo tras la revolución (o en plural). La certeza de que todo lo que iba a cambiar va a quedarse como estaba, solo que en manos de otros. La estructura de la novela (de no gran extensión pero de enorme riqueza semántica), arrastra hacia lo desconocido. Las voces de los difuntos que por ella transitan hablan al lector a modo de una cacofonía psicofónica, punteada por saltos espacio temporales, el juego con algún que otro punto de vista, y la fragmentación de los planos narrativos (con la incorporación de un narrador sin especificar en tercera persona, para determinados pasajes). Pero pese a las (temibles) apariencias, hay “método en su proceder”, porque aunque la forma de la novela también es expresión en este caso, no resulta muy difícil al lector actual organizar un texto cuyos mecanismos describen las circunstancias de este Ciudadano Páramo, un escrito progresivamente acendrado por su autor, parecido a una (buena) película en la que los efectos especiales están al servicio de la narración, y no al revés.

En Pedro Páramo el tiempo está suspendido, no se presenta de modo mensurable: “un año, o dos…”; siempre ha pasado “mucho tiempo”. En este sentido, el texto atesora bellas imágenes referidas tanto al tiempo como a la noche, o la tierra… una tierra, la de Comala, que solo es capaz de proporcionar frutos agrios; literalmente, sinsabores. No es difícil rastrear la huella de Joyce (mucho más que la de Faulkner, que Rulfo consideraba como una influencia general, pero menos aplicable a esta obra), como sustrato de esa tierra entre reseca y anegada de Comala; los textos más experimentales del dublinés (en cuanto a la estructura), pero también el celebrado retrato de los muertos (y de los “muertos en vida”) de Dublineses, confluyen en Pedro Páramo, un relato en el que lo que se precipita sobre los que ya fueron no es la nieve, sino la lluvia; Juan Preciado reflexiona ya desde el otro lado.

Fotografía de Juan Rulfo
Y tampoco me parece baladí una referencia a la popular (y excelente) pieza teatral Nuestra Ciudad (Our town) de Thornton Wilder, y su hermosa traslación cinematográfica: Sinfonía de la vida (Sam Wood, United Artist, 1940). Ambas poblaciones se sostienen por el recuerdo de sus habitantes.

La realidad siempre es poliédrica, difícil de aprehender y de (auto) estructurar; depende tanto de factores externos, ajenos, como de nuestras propias circunstancias. En base a este concepto, Pedro Páramo desarrolla una trama de género de lo más moderna -pese al tiempo transcurrido-, que despliega una considerable riqueza semántica y la capacidad metafórica de personajes y lugares. Prueba de que esa “otra realidad” existe será el propio entramado de la novela, formado por recuerdos y reflexiones, como señalábamos, a veces inconexos, a veces inventados, por los que los sueños no realizados y otras vivencias “se materializan” cuando los personajes han alcanzado la otra orilla (o puede que únicamente cuando ya están en ella).

Esta será la tragedia de Pedro Páramo y del resto de habitantes de Comala. La muerte física -y generalmente violenta-, es la muerte de la ilusión; la otra vida –privilegio de lo literario-, el continuo trasiego de los anhelos no alcanzados. ¿Será por eso que en vida los recuerdos se van idealizando inevitablemente? Y en última instancia, ¿podrán volverse también dolorosos dichos recuerdos una vez se ha traspasado el umbral?

Pedro Páramo no anda lejos del relato de terror.

Escrito por Javier C. Aguilera



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