Para el sábado noche (XXVI): Millonario de ilusiones, de Frank Capra

11 diciembre, 2013

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Los que lo pasan bien con los retratos de personas que no se han hecho adultas, salvo cronológicamente, tienen una cita ineludible con Millonario de ilusiones (A hole in the head, United Artist, 1959), producida y dirigida por Frank Capra en base a la obra teatral de Arnold Schulman, adaptada para la ocasión por el propio autor, responsable así mismo de los libretos de películas tan apreciables como Viento salvaje (Wild is the wind, 1957, George Cukor), Cimarrón (Cimarron, 1960, Anthony Mann), A chorus line (Íd., Richard Attenborough, 1985) y Tucker, un hombre y su sueño (Tucker, Francis Ford Coppola, 1988).

Tras unos títulos de crédito de lo más original que se ha concebido (no hablamos de tecnicismos en este caso), Millonario de ilusiones plantea hasta qué punto es conveniente -o realmente necesario- dejar de lado un universo de fantasía para enfrentarse a las responsabilidades que imponen las circunstancias “reales”, sobre todo si el uno neutraliza las otras. El viudo Tomy Manetti (Frank Sinatra) es lo que en español se suele denominar “un bala perdida” –frase hecha, sin concordancia entre sujeto y artículo-.

Según confesión propia, su perdición son las “Evas” que indefectiblemente parecen abocadas a recalar en su hotel, sito en Miami (Florida), y que no en vano se llama “Jardín del Edén”. La última es Shirl (una Carolyn Jones pre-Familia Adams), compañera de juergas y poco amiga de permanecer fija en ninguna parte.

De los tres mejores amigos de infancia de Tommy, solo Jerry Marks ha logrado ascender (el otro se ha tenido que conformar con seguir siendo taxista), en el que es un retrato ácido y tremebundo del mundo de los negocios y del “nuevo rico”, rol sostenido magníficamente por ese gran actor que fue Keenan Wynn: es desolador el momento en que se da cuenta de que su “amigo” Tommy está realmente sin blanca. En este sentido, no es nada baladí que la “ilusoria” propuesta que Tommy lleva a Jerry esté relacionada con un complejo “a lo Walt Disney”; la imaginación se da de bruces con la avaricia de los intereses ajenos.


El caso es que Manetti, pese a su integridad como persona, dista de ser lo que –de nuevo- se conoce como “un hombre de provecho”, agravándose la situación por la circunstancia de ser padre de un chico, Alley (Eddie Hodges). Capra nos los muestra desde el principio como dos críos en lugar de uno solo. Además, el hotelero huye despavorido de nuevos compromisos.

Pero al pender sobre él una orden de desahucio, Tommy se ve forzado, como último recurso, a pedir ayuda a su hermano mayor Mario (Edward G. Robinson). Al fin y al cabo, para qué está, o debiera estar, la familia. Es el de Mario un personaje tan trascendente como el del hermano menor, pues su inflexibilidad no esconde su cariño por esa otra parte de la familia, adquiriendo al final una mayor comprensión, diríamos que de respeto “al carácter de cada uno” -eso que no puede cambiarse aunque uno se lo proponga cien veces-.

De hecho, Mario, del que Tommy dice que “no se ríe fácilmente”, y su esposa Sophia (Thelma Ritter), forman un matrimonio que, además de contar con un hijo con carrera -se dice- y otro medio tonto –que se muestra-, ha logrado alcanzar una posición más que desahogada gracias a su esfuerzo diario, en justa contraposición con los manejos de Jerry, aunque por el camino hayan olvidado sus motivaciones y perdido parte de la ilusión. Los diálogos de la madura pareja son, además, otro divertido retrato de la institución.


Naturalmente, el asunto primordial, más que el destino del hotel, será la custodia del crío. A diferencia de su padre, no muy instruido, el chico se muestra interesado por el mundo que le rodea (concretamente por la zoología), y presenta un carácter más espabilado y responsable (a la fuerza, aunque sin caer en alardes de rancia madurez). Así, el “duelo” principal es el mantenido por Mario y Tommy. Uno cree que la estabilidad pasa necesariamente por casarse y establecer de ese modo un hogar, y el otro no encuentra reparos en fingir para poder lograr sus objetivos a corto plazo ya que, antes muerto que vuelto a casar.

La vida moverá su particular “ficha” cuando, trasmutado en la imagen de la desolación tras su reencuentro con Jerry, Tommy ha de regresar sin el dinero que acababa de ganar en las carreras de galgos. Capra lo coloca frente al matrimonio, pero de espaldas a la cámara. Lo que Tommy ignora es que, antes de proceder con las apuestas, su auténtica suerte ya estaba echada.


Frente a ese sentimiento de “infatuación”, tal y como se conoce en el mundo anglosajón; es decir, de confusión del auténtico amor por la mera atracción física o el encaprichamiento, surge la posibilidad de una estabilidad real. Y lo hace en forma de otra viuda de similar carácter, Eloisa (Eleanor Parker). Frank Capra filma otra secuencia brillante cuando, estando Tommy en el apartamento de Eloisa, ambos se sinceran. Realmente, todos estos son personajes en busca de la felicidad.

En definitiva, frente a los “golpes de chequera”, Millonario de ilusiones contrapone otras dos concepciones del mundo, o si se quiere, de enfrentarse a la vida, las de Tommy y Mario. Y serán estas dos las que finalmente se den la mano.

Frank Sinatra y Frank Capra
Con fotografía de William H. Daniels, los arreglos musicales de Nelson Riddle (como era de prever), y el diseño de vestuario de la –felizmente- inevitable Edith Head, se construye este cuento ético, que no moralista, ambientado en Miami, que pienso que resultará muy disfrutable en las fechas que se aproximan.

Huelga decir que con semejante reparto, todos los actores están sobresalientes, incluyendo a un chaval nada cargante.

Escrito por Javier C. Aguilera


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