¡A ponerse series! (XI): Segunda Enseñanza (1986)

30 septiembre, 2013

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De entre las series españolas de finales de los setenta y primeros ochenta que merece la pena rescatar (y son muchas), destaco hoy Segunda Enseñanza (TVE, 1986), cuyo artífice fue la guionista, dramaturga y actriz, Ana Diosdado (1938), que ya gozaba del favor del público gracias a Juan y Manuela (TVE, 1974), y sobre todo, la exitosa Anillos de oro (TVE, 1983).

Podemos decir que Segunda Enseñanza brilla por sus libretos y por las actuaciones principales, ya que –tristemente-, la realización de Pedro Masó (1927-2008) deviene funcional y poco sutil (pese a toda la buena voluntad: el lenguaje de la televisión ha dado un vuelco en los últimos años y el envejecimiento se hace notar). Pese a ello, Segunda Enseñanza se sostiene bien, y puede seguir encontrando “degustadores” entre el público actual (¡y no solo entre los antropólogos catódicos!). Su fuerte reside, como comentaba, en el trabajo de Ana Diosdado, en su descripción de ambientes y personajes (¡esa madre!) por medio del guión, todo un muestrario de vidas cruzadas y oportunidades perdidas –o retomadas-; en definitiva, en su conseguido retrato generacional (nada nuevo para la autora de Los Comuneros (1974): ese mismo año, 1986, se publica su novela, luego adaptada al teatro, Los ochenta son nuestros).


Pilar Beltrán (Ana Diosdado) lleva años a vueltas con su tesis y con la vida. Significativamente, su trabajo de investigación versa sobre la trágica figura histórica de Juana, llamada la Beltraneja (1462-1530), rival al trono de Isabel la Católica (1451-1504). Pilar, casi convertida en una anciana antes de tiempo, trabaja como profesora interina de historia, sin un destino fijo. Su hija, Elvira (Cristina Marsillach), trata de abrirse camino como modelo profesional, trabajando para distintas agencias, al menos hasta que sus encantos naturales se lo permitan. Elvira es su verdadero nombre, detalle nada baladí (no se habuscado un alias), y se conduce con cierta ética, aunque tenga claro que “si hay que competir, quiero ganar”. De hecho, su ambiente será igual de opresivo que el del proceloso mundo de la enseñanza, y no está exento de esas decisiones “trascendentes” que encaminan la vida de uno por un sendero u otro. El cuadro familiar se completa con una madre posesiva, de esas que tan bien le salían a Mª. Luisa Ponte (1918-1996).

Pero el referido “cuadro” pronto va a incrementarse, siquiera indirectamente, cuando a Pilar le surge la oportunidad (a partir del capítulo segundo) de conseguir un puesto en el “Colegio Santullano” de Oviedo (Asturias), dirigido por el hijo del fundador, Alejandro (o Jandro: Juan Diego). De este modo, Pilar podrá retomar el contacto con una rama lejana de la familia de su fallecido padre, el matrimonio formado por Lucía (Encarna Paso) y José Ramón (Héctor Alterio). Este cambio de “aires” la pondrá, además, en contacto con el viudo dueño de una librería, Alfonso Salas, interpretado por el malogrado Javier Escrivá (1930-1996).


En el episodio piloto, Los campeones, dice Elvira, refiriéndose a su madre, que “ojalá fuera fuerte, es muy débil”. Enseguida sabremos por qué. Pilar tuvo a su hija de soltera (tal vez la única vez que decidió por sí misma), sin revelar el nombre del padre, lo que causó estragos familiares, y para colmo de males, su insatisfacción actual la aboca a la bebida. Pese a todo, tuvo el coraje suficiente de terminar una carrera.

Poco a poco seremos testigos de los miedos e inseguridades (y del renacer) de este apesadumbrado personaje. Ya en ese primer capítulo, queda claro que la enseñanza puede ser un proceso pesaroso donde es fácil confundir la dedicación, o el esfuerzo personal, con la asfixia grupal; el nivel de exigencia con la doctrina, o la recompensa con el “regalo” (ya que a esa edad, “solo se piensa en los estudios”: estamos en 1986). Así, entre alumnos aplicados pero infelices, alumnos despiertos pero pasotas, más las relaciones dispares entre los compañeros docentes (si bien, el motor lo constituyan los otros adultos del relato), transcurre la rutina de Pilar, hasta que cesa en su puesto ante el numerario de turno.

Como Segunda Enseñanza es una serie que progresa dentro de una narrativa bien definida, es decir, que presenta una historia con principio y fin (con los vericuetos que sea entre medias), y no se prolonga formulariamente en interminables temporadas, Pilar aprende ya entonces algo importante de cara a su profesión: que la educación sigue siendo más necesaria que nunca, y que implica en parecida medida a alumnos, a padres y a docentes. Claro que todavía tendrá que enfrentarse al mayor de sus temores: el miedo a ser feliz.


El proceso será largo, y se desgrana a lo largo de los trece capítulos de la serie. Pilar es una buena profesora, de vocación, aunque la adaptación a un nuevo ambiente emocional y laboral no será fácil. Y es que no solo ha cambiado de región, sino también de sistema de enseñanza. Jandro propone una educación más franca: el (cuestionado) empleo del tuteo, que da pie a un divertido apunte de una niña, o el hecho de someter a debate las distintas disciplinas fomentando la participación del alumnado, son aspectos inéditos para Pilar. Esta adaptación, junto a su carácter retraído (en las antípodas al de la abogada de Anillos de oro), reclama su propio tiempo, pero el camino ya es de no vuelta atrás.

Entre tanto, ella y sus compañeros habrán de sortear a colegas elitistas, al gracioso “de turno”, o a padres predispuestos (un nutrido rosario de padres y madres) por los hijos, lo que nos conduce a otro personaje central de la serie: el propio colegio, ese lugar que provoca un “miedo ancestral” en el alumno, que tiene la culpa de todo cuando algo anda mal, pero que “viene bien, porque es céntrico y pilla muy a mano” cuando los resultados son más agradecidos. Espacio de trabajo o refugio, su atmósfera recogida, austera y hasta señorial, es todo un acierto de ambientación. Pero Segunda Enseñanza no es tan solo una serie que habla de la educación. Es un ensayo sobre la infelicidad, y de cómo vadearla.


Entre los temas expuestos (propuestos) por Ana Diosdado, están el agresivo mundo de los yuppies (en plena efervescencia ochentera, mundo donde es imperdonable perder un solo minuto), y el otro mundo de profesores y alumnos, madres e hijas... Aspectos todos ellos con los que resulta fácil la identificación como espectador.

A ello podemos añadir el respeto por las creencias, en este caso la cristiana (La religión y el hombre), la errónea pero extendida interpretación de la ambición personal (El oscurantismo), el problema de las drogas (Los pueblos del caballo), los roles pre-establecidos y el sufrimiento a causa, no ya del desamor, sino de la “invisibilidad” (Tabúes), las distintas clases de violencia y la rivalidad profesional (El eterno retorno), el verdadero interés por aprender (Por David y Goliat), la deslealtad, que por otra parte hace aflorar la auténtica lealtad (Alejandro el Grande y Alfonso el Casto). Y finalmente, por parecerme excelentes, la libertad de elección, los hijos como receptores de las frustraciones paternas, o los prejuicios artísticos de adultos… y de jóvenes (La vieja libertad), que pueden llegar incluso a provocar una ruptura matrimonial, o algún que otro noviazgo “interesado”.

No hay prisas en Segunda Enseñanza, al contrario de lo que sucede en tantas series de la actualidad, pero tampoco tiempos muertos. Hay espacio para el dinamismo y para la reflexión. Por ejemplo, poco a poco irá despegando la relación de Pilar con su compañera Rosa (Ana Marzoa), y finalmente, con Jandro. A modo de las teselas del consabido mosaico, iremos conociendo detalles de los personajes principales hasta el final. Segunda enseñanza es de esas series que parecían necesitar, en el buen sentido, de aquella “digestión semanal” que proporcionaba la emisión televisiva por aquel entonces.


Además de los asuntos referidos, destacan otros momentos, como la amistad de Pilar con un muchacho “desclasado” (Aitor Merino; El renacimiento), el deseo pedido a San Pedro en el interior de una iglesia (El eterno retorno), la historia del “cazador de cabezas” condenado al ostracismo (El oscurantismo), la del aprendiz analfabeto del puesto de verduras (Felipe: Daniel Diosdado; Por David y Goliat), y en definitiva, la constatación de que Pilar al fin comienza a poder andar sola “por la vida”. Su “confesión” con Rodri, el cura del colegio (Patxi Bisquert) -y con ella misma-, en la pensión, se suma a esos momentos espléndidos de la serie, junto con la visita de José Ramón al cuarto, ya vacío, de Pilar: la inexistencia afectiva antes de la física. Como detalles humorísticos, la cliente que busca un libro que haga juego con la decoración de su casa, o el que gusta de la novela erótica (representada entonces por la epidérmica colección rosada La sonrisa vertical).

En cuanto a Elvira, Pilar también hallará finalmente el modo de sincerarse con su hija y respetar sus deseos, aunque no los comparta en absoluto (con su propia madre no hay nada que hacer). De hecho, poco antes, un “ataque de explotación laboral” de Elvira (Tabúes), ha servido para ilustrar el nada complaciente mundo de la moda y de la publicidad (junto con el capítulo, algo discursivo, El momento crucial del homo sapiens). De este modo, se apuntaba a cómo iban a dificultarse progresivamente las relaciones personales a causa de las laborales: distintos caracteres, cambios generacionales, trabajos incompatibles… dolor acumulado (De Beltrán, Beltraneja). Pero Ana Diosdado no olvida una bella lección: la del final feliz, aunque se trate de un final abierto, sin perdices a la vista (¿o tal vez no?).

Todos los días se aprende algo (José Ramón, en Por David y Goliat)

Entre los actores entrevistos: María y Toni Isbert, José María Pou, María Casanova, el entrañable (aquí demoledor) Ricardo Merino, el inolvidable Luis Escobar, Marisa de Leza, Carlos Larrañaga, Jorge Sanz, Ana Torrent (de vuelta “al nido”), los no menos entrañables Luis Barbero y Emilio Fornet, la gran Amelia de la Torre (tremebundo papel el suyo como dueña de una pensión), José Ruíz Lifante, Aitana Sánchez Gijón, Emiliano Redondo, Luisa Sala, Simón Andreu, Lydia Bosch, Manuel Tejada, Mª. Carmen Prendes, Manolo Zarzo, Sonia Martínez (de tan trágico destino), Eduardo Calvo, Maribel Verdú, Gabino Diego, Amparo Larrañaga, Conrado San Martin… hasta Julián Lago aparece. Perdonando el descontrol de nombres durante los créditos finales, alguna mala pasada con el sonido directo (problema común entonces), cierta improvisación simpática a pie de calle y los horribles pases de modelos, filmados del modo más pedestre, queda, además de lo expuesto, la buena labor de profesionales como el decorador Gil Parrondo (1921), el músico Antón García Abril (1933) o el montador Alfonso Santacana (-).

De este modo, Segunda Enseñanza constituye un esfuerzo más que meritorio, sobre todo teniendo en cuenta lo que tuvimos que padecer después.

Escrito por Javier Comino Aguilera "Patomas"

PS: añadimos este enlace a la serie completa ofrecida gracias a la web de RTVE.

Próximamente: La casa del terror




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