Adaptaciones (XVI): Juan Salvador Gaviota, de Hall Bartlett

04 junio, 2013

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Un buen libro es una ocasión para cambiar tu visión del mundo (Richard Bach).

Cartel del film
Cuando Richard Bach (Illinois, 1936) escribió una obra en la que puso en boca de una gaviota sus frustraciones y anhelos, lo que hizo fue dar voz a los pensamientos de muchas personas, lo que acabó convirtiendo el libro en todo un suceso literario (más que editorial, que cuadraría mejor con otros ejemplos; de hecho, el libro fue rechazado por múltiples editores). Y es que, guste o no, la obra de Bach acertó al conectar con las inquietudes de una juventud (principalmente, aunque no solo), más que en un periodo temporal convulso -que todos parecen serlo-, en un periodo biológico convulso, plasmando las sensaciones de todo aquel que se sentía -y se siente- un inadaptado, por medio de la alegoría del vuelo y el “volar”.

Para el autor, se trataba de la puesta al día de unos fundamentos, más que de una filosofía tipo new age, basada en la libertad del individuo: no me han atraído excesivamente los grupos ni los movimientos de masas, ha recordado Bach en más de una ocasión. El libro fue, y es, naturalmente, Juan Salvador Gaviota (Jonathan Livingstone Seagull, 1970; reediciones recientes: Ediciones B, 2003; Zeta Bolsillo, 2010).

De hecho, este comentario podría haberse incluido perfectamente en nuestra sección de Música Inolvidable o en la de Clásicos Inolvidables, porque en ambas facetas destacó la adaptación de la obra; en la inspirada y significativa música de Neil Diamond, arreglada y conducida por Lee Holdridge, y en su puesta en imágenes, labor que desempeñó el realizador Hall Bartlett (1922-1993).

Hablar de esta película-documento es hablar de los años setenta, una década que, perifollos aparte, aunó lo mejor de la tradición clásica con una generación emergente con propuestas actualizadoras y enriquecedoras (el tiempo ya ha proporcionado su veredicto en cuanto a cuáles fueron realmente acertadas: muchas de ellas no eran necesariamente las que estuvieron en “primera línea”, pero ya habrá futuras ocasiones para tratar algunas). En cine, todos conocemos más o menos estas obras aunque, como recuerdo, siempre conviene evitar las “mitificaciones”. En música sucede algo parecido, pero es que además, la gran mayoría de adelantos que disfrutamos hoy en día, por ejemplo, en el campo de la ciencia, se gestaron en aquella década. A un nivel cultural, incluso lúdico, propuestas tenidas hasta hace poco de “segundonas” (a veces por el criterio tan científico de resultar populares, o también por todo lo contrario), emergen a día de hoy como más que valiosas de cara al aficionado.

Estamos, en definitiva, en la época del incipiente correo electrónico, la grabación en formato digital, el microprocesador, Joan Baez y su Gracias a la vida, el walkman, el Simon, el pinball y Juan Salvador Gaviota.


En su libro, Richard Bach conjuga la literatura axiomática de corte clásico, certera pero no sentenciosa, con su pasión por volar (el escritor ha sido piloto durante la mayor parte de su vida). Curiosamente, el autor también contribuyó como guionista al relanzamiento de Star Trek a finales de los setenta, y no dejó de ser apreciado por el público -por un público en particular-, como demuestra la buena acogida que obtuvieron otras obras suyas como el Manual del Mesías, Ilusiones, o las Crónicas de los hurones.

Para los adolescentes, Juan Salvador Gaviota se convirtió en un libro trascendental, aunque sería un error circunscribirlo solo a un periodo vital y temporal en concreto. Se trata de una obra que potencia la intimidad con el lector, que le devuelve su propia mirada. Una mirada que se posa en otros ilustres antecedentes, como Antoine de Saint-Exupéry y su Principito. En suma, supone la interconexión de unas vidas que sueñan en todo momento, por medio de una experiencia transmisible; una experiencia no sujeta a ningún tiempo determinado, por mucho que la obra sea la consecuencia de una época determinada.

Richard Bach en los años 70
Como decíamos, la puesta “de largo” del libro de Bach corrió a cargo de un realizador todo terreno, Hall Bartlett, que además ejerció de documentalista, como demuestran Navajo, sobre la situación de los indios americanos, o The search of Zubin Mehta (que supongo sobre la trayectoria del excelente director de Bombay, ya que no he visto la película).

Como realizador de largometrajes, Bartlett probó muchos géneros, como el drama carcelario Unchained (1955, que es recordada por la famosa canción compuesta por Alex North, Unchained melody), el relato pre-catástrofes Suspense hora cero (1956), Cenizas de odio, ambientada durante la Guerra Civil americana (1957), la bélica El paso de la muerte (1960), el drama Los guardianes (1963), la más contemporánea, en cuanto a temática se refiere, Pecados de juventud (1969), el western europeo Los hijos de Sánchez (1977) o la bienintencionada Los evadidos de Mekong (1982); además de ejercer como productor, por ejemplo de Un biberón en la ONU, una de las comedias de Jack Arnold (1964; y en la que por cierto, no tiene desperdicio el papel que desempeña la famosa organización).

Hall Bartlett

Juan Salvador Gaviota película (Paramount Pictures) se estrenó en 1973. En ella, como naturalmente en el libro, Juan (o Jonathan) toma conciencia de su soledad pese a estar rodeado de individuos. Sus cuestionamientos le llevan a saberse distinto, no por una posición moral sino vital, sensitiva, frente a una sociedad que aborrece la diferencia y que para colmo es chabacana y hortera (se reúne en masa en los mismos sitios: los vertederos).

Juan, la gaviota, trata de integrarse con el resto de la comunidad y hacerla avanzar buscando respuesta a preguntas cuya explicación ya no le satisfacen. Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver, Juan queda finalmente proscrito, convertido para su sorpresa (el encontronazo con la realidad siempre es traumático), en un extraño ante los que son de su misma especie, pero que en modo alguno puede llamar sus semejantes.

Richard Bach
Su manera de estar no es la misma que la de los demás. Las razones son el rechazo a la dictadura de una regularización que, por el bien de la comunidad, propone un consejo, ¡custodio de las esencias de las gaviotas! De modo que Juan sufrirá un destierro que tiene más de interior que de exterior. A su regreso, deseará transmitir a dicha comunidad aquello que ha aprendido, pero otra vez topará con los escollos de lo establecido, firmes como las rocas de un acantilado.

La dificultad se acrecienta desde el momento en que es visto por otros “buscadores” como él, no como un líder, sino como un dios. Lejos de pretender ser un mesías, Juan desea compartir unos conocimientos que no limiten la visión del individuo: por ejemplo, la comprensión de la realidad por medio de una información no sesgada, ese terreno tan abonado de la “media verdad”, sorteando el peligro de deificar o rechazar todo aquello que no se comprende, como los dos polos de una misma naturaleza.

Portada de Time dedicada a la novela
Dicho de manera más prosaica, Juan no se conforma con estar “informado” por medio de opiniones “prestadas” o provenientes de terceros. Desea pensar por sí mismo, lo que lo convierte en un ser peligrosísimo.

Será la última y más grave lección aprendida, pero al menos habrá logrado no ser el único que la persiga. Libertad, sí, pero también la responsabilidad no hacer daño a los demás. ¡Cuántos presumen hoy día de algo tan pedestre como el ser bordes! (así les irá).

En definitiva, se trata de una cuestión de carácter, pero en la que subyace el deseo de libertad del individuo, no sustentada de cualquier modo, sino conformada en base a una opinión propia, personal, para lo que resulta imprescindible tanto experimentar “las fuentes” por uno mismo, como la transmisión de una información imparcial, no contaminada en los vertederos de las ideologías.

Pese a que todo camino de iniciación resulta penoso y tortuoso, Juan descubrirá finalmente las ventajas de ser un marginado, convirtiéndose en uno de esos “superhéroes” sin poderes que caminan por las atestadas calles (o cruzan el cielo), ese personaje cuya figura, los grandes géneros del western o el cine negro, han recortado sobre un fondo de nubes, de acantilados o de calles solitarias, nocturnas y mojadas.

Portada de la Banda Sonora de Neil Diamond, Columbia 1973
Escrito por Javier C. Aguilera


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