¡A ponerse series! (VII): Este señor de negro (1975)

03 mayo, 2013

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Sixto: ¿Qué estás pensado, abuelo?
Abuelo: ¡Exactamente lo mismo que tú!

Antonio Mercero siempre abordó en sus trabajos para el cine o la televisión los asuntos sociales del momento. Resulta interesante comprobar como algunos de estos ya han sido “superados”, por fortuna, y como otros permanecen, aún con distintos collares. Así ocurre al revisar series tan conocidas como Crónicas de un pueblo (1971), Verano azul (1981), Turno de oficio (1986) o Farmacia de guardia (1991-95). Este señor de negro (1975) es un maravilloso relato-retrato en trece capítulos, en el que “el momento” queda fijado por medio de unos personajes que parecen de ficción, pero que son de carne y hueso.

Siempre he comentado que las series vistas en este apartado del blog son como máquinas del tiempo fabulosas que nos permiten, a modo de historiadores catódicos, conocer otros tiempos y espacios, y comprobar como las cosas han cambiado para seguir más o menos lo mismo, pero disfrutando mucho con el proceso.

En este caso, la serie fue una creación original del maravilloso humorista (¿filósofo?) Antonio Mingote (1919-2012), que escribió todos los guiones, proporcionando ese fresco social y casi atemporal que es Este señor de negro. Según contaba Mercero, él quedó encantado con la posibilidad de poder llevarlos a la pantalla casera.

Sixto Zabaneta (un extraordinario José Luis López Vázquez) es dueño de una platería-joyería en la hermosa Plaza Mayor de Madrid (casi un personaje más de la serie). Representa al hombre común (que no gris), trabajador y con unos principios heredados. Como casi todo el mundo paga sus impuestos para recibir unos servicios casi inexistentes. Es el prototipo de ciudadano medio-alto.

Viudo hace cuatro años, vive con su hermana Carola (la entrañable Mª. Carmen Prendes; tiene otra hermana en la ciudad y otra que vive en Segovia) y su único e invariable capricho consiste en salir al paso a una vecina a la que requiebra bajo los soportales, Doña Loreto (la inolvidable Florinda Chico).

Florinda Chico junto a López Vázquez, abajo Mingote y Mercero
Sixto desciende de una familia de abolengo, lo que se refleja en su forma tradicional de vestir, con un traje negro, a modo de cierto rigor convencional más que por un luto que parece eterno. En la serie destaca la complicidad que tiene con su sobrino Manolito (Pep Munné), lo que en cierta manera es el detonante que convierte a Sixto en un hombre dispuesto a observar y acomodar -o incluso cambiar- su postura, ¡lo que lo transforma en un ciudadano de lo más atípico!

Ésta buena relación se traslada al abuelo de la familia Zabaneta; en realidad, al retrato del abuelo (interpretado por el mismo López Vázquez), con el que Sixto interactúa y conversa, al igual que don Camilo hiciera con Jesús, de los asuntos que le van saliendo al paso, ejemplificados por el abuelo Zabaneta con infinidad de anécdotas familiares, mostradas a su vez por medio de unos deliciosos y minimalistas flashbacks, por los que desfilan todo tipo de antepasados. Es un mundo donde aún perviven la caballerosidad y los buenos modales (que no consisten únicamente en dar los buenos días).


Viniendo de Antonio Mingote no era de extrañar que toda la serie esté impregnada de guiños hacia la mejor tradición de la literatura española. Lo comprobamos en el ácido retrato funcionarial a lo “vuelva usted mañana” en Los oportunos trámites, con la antipatía de algunos empleados públicos como fondo, con sus copias por triplicado, legajos, plazos, certificados y subsecretarías de secretarías. Y así hasta hoy. O por ejemplo en Petrita, donde Sixto trata de ganar los favores de una deseable fámula (Mª. Luis San José), con ayuda de don Ramón de Campoamor, con sorprendentes resultados (este episodio también incluye un simpático guiño al prestigioso cortometraje de Mercero, La cabina, 1972).

Otro tema expuesto en Este señor de negro es el fastidioso pero eterno mundo del querer aparentar, como ocurre a Lorenzo (Javier Loyola), un amigo de Sixto, precisamente en el capítulo Las apariencias. Los retratos son ácidos, como decía, incluso descarnados, aún bajo la píldora del humor, pero siempre profundamente humanos. Como sucede en Limpieza de sangre, donde late de fondo esa idea tan bonita de que todos los adultos también fueron jóvenes. O en ese bellísimo relato, Ritos ancestrales, en el que un cardiólogo de éxito regresa a España (y cuyo trasfondo son la envidia y la animosidad, que tan viva sigue hoy en día: fomentar el anti-lo-que-sea sigue siendo buen medio de captar adeptos, en todos los espectros de la gama). Concretamente, la visita incluye a Pinarillos de Arriba, un pueblo deshabitado hace tiempo, testigo del proceso de la vida, pero ya solo recorrido fugazmente por algún pastor. Y es que siempre es bueno conocer las raíces, de dónde se viene. Por eso Sixto camina por las desoladas ruinas, casi se diría que viendo a la gente que las anduvo.


Este señor de negro dinamita los tópicos y los prejuicios, pero de una manera “positivamente humana”. Por ejemplo, en Eternos rivales, resurgen “las dos Españas” debido a una grave discusión acerca de… el fútbol. No hay más remedio que definirse hasta en un deporte, o en las preferencias hacia las mujeres gordas o delgadas. La antipatía resurge, más que por pensar diferente, por identificar un todo (una agrupación) con el “culpable” de turno. Así, se insta a tomar partido, pero no por convicción, sino por imposición. En un momento dice un personaje aquí no hay nadie libre, hay amigos o enemigos.

Es la obligación del pensamiento único junto a la necesidad, también muy humana, de seguir unas determinadas consignas. Además, para completar el cuadro, está la interesada postura de la “neutralidad”: hay neutralidades que matan, asegura otro de los personajes. Así, el que es ecuánime se me irremediablemente condenado al ostracismo. Como el barón rampante de Calvino, Sixto camina por un páramo donde el sensato está destinado a habitar una tierra de nadie. Pero en cuanto a conciliar posturas, destaca el capítulo dedicado a Carola, en el que un exilado encarnado por Alfredo Mayo, retorna al fin a su patria.


El derecho a tomar las propias decisiones también aparece en El baile y Encarnita, que se centran en Manolito y en la empleada de Sixto (María Garralón), respectivamente. De hecho, Encarnita pone el acento en la problemática social de la aceptación de las madres solteras, a las que antes se consideraba como unas “perdidas”. La joven dependienta se pregunta dónde radica la honradez, y el capítulo queda ilustrado con el divertido episodio de la decencia y la honra durante el cortejo amoroso de la reja, “auspiciado” por el prestigio familiar, por medio de un humorismo a lo hermanos Quintero y con una impagable Concha Velasco.

En Las tentadoras se aborda otro asunto candente: la acusación a las féminas de ir provocando. Es decir, el machismo. Se basa en un suceso real, concretamente, la polvareda que levantó el atuendo (o la falta del mismo) de Rocío Jurado durante una celebrada actuación frente a las cámaras de televisión. Otro capítulo excelente es Traje de gala, en el que se critica la presunción ante lo más costoso, el escaparate social en que se ha convertido –entre otras muchas- una ceremonia como la de la Primera Comunión, unos de esos dichosos encuentros sociales, apropiados para la ostentación y el boato. Ante un relevante ritual, convertido por muchos en un mero trámite establecido carente de significado real, Sixto trata de explicar a su sobrino que recibir a Jesús no ha de ser un dispendio, y celebra una Primera Comunión realmente inolvidable para el chico.


Este señor de negro es una serie magnífica, como lo son los trabajos que están bien escritos, dirigidos e interpretados. Entre los rostros más conocidos que desfilan por ella descubrimos los de Fiorella Faltoyano, Concha Velasco, Juanito Navarro, Valeriano Andrés, Mª. Luisa San José, Rocío Jurado, Luis Prendes, Charo López, Jesús Guzmán, Carmen Maura, María Kosty, Luis Barbero o una jovencísima Fedra Lorente.

Escrito por Javier Comino Aguilera

Próximamente: Un hombre en casa & Los Roper

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