Tesoros Disney: el Pato Donald

05 enero, 2013

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Dentro de la colección de los Tesoros Disney, destacan los tres volúmenes (con dos DVD’s cada uno) dedicados al Pato Donald. Abarcan desde su primer corto en solitario, el imprescindible Don Donald (1936, estrenado al año siguiente, y tras sus primeras apariciones en La gallinita sabia y Micky Orphan’s benefit, ambos de 1934), hasta los cortos del año 1950 (existe un cuarto volumen hasta 1961, pero de momento no ha sido editado en España).


Así pues, Don Donald fue la presentación “oficial” de Donald, y ya el sarcasmo es total. En él, también hace su aparición por vez primera su novia Daisy, y el tratamiento de la “relación” por parte de ambos caracteres resulta impagable. Donald es un individuo temperamental, orgulloso y se parte de risa con la desdicha ajena. Daisy, aunque más coqueta, no le anda a la zaga y parece más interesada en salir con un chico-con-coche que en la persona en cuestión. La visión resulta asombrosamente moderna: las cosas cambian poco aunque nos creamos que todo gira en torno nuestro. Donald es, desde su inicio, un personaje iracundo, con la característica voz de Clarence Nash (1904-1985, a quien se rinde además merecido homenaje a lo largo de los volúmenes), “expresivamente humano”, con todo lo bueno y lo malo que conlleva el serlo (en Limpiadores de ventanas, 1940, por ejemplo, remoja a una abeja dentro de su flor, lo que le traerá “escocidas” consecuencias).


De este modo, Donald cosechó un éxito inmediato entre el público, pues se convirtió en el mejor representante de las frustraciones del americano medio, y por extensión, de (casi) todo ciudadano medio del mundo. La modernidad de la creación más “terrenal” de Disney se daba en otorgarle al personaje un patetismo subyacente: Donald también sufre, y se beneficia de la suerte como viene, buena o mala, con lo que resulta inevitable el identificarse con él, sobre todo cuando debe enfrentarse a la “conspiración de los artefactos” de la vida cotidiana, ese reverso tenebroso de la industrialización y la técnica, que supuestamente hacen que el hombre (o el pato) disfrute de un mayor confort (siempre que los posea, claro). Esta visión tan realista es lo que parece molestar a más de un incauto, guardián -o carcelero- de lo “políticamente correcto”, cuando se trata precisamente de la chispa del genio (en cualquier caso, me enorgullezco de no formar parte del citado gremio).


En definitiva, Donald resulta demoledoramente humano, e incluso soñador, al menos ¡cuando le dejan conciliar el sueño! Algo que no resulta tan fácil, como se muestra en Problemas de sueño (1941), Espacios abiertos (1947) o La gota de agua (1948), perfectos ejemplos de esa empatía a la que hacíamos referencia. Y como comentábamos acerca de los temas que solo parecían poder tratarse por vía de la ciencia-ficción cuando hablábamos de Star Trek, parece también claro que solo a través de la animación podían escenificarse los argumentos más corrosivos e ilustrarse los retratos más ácidos y dislocados, además de virtuosos y divertidos, por supuesto. En estos cortos de Disney, la vida es una farsa, desde luego, pero una farsa jovial, ocurrente y hasta terapéutica.

Además, los dibujantes de Disney se muestran geniales a la hora de visualizar toda esa impotencia, la ira, el ímpetu, el mar humor de los mayores (que pagan los menores), el alivio, la hipocondría (en El día libre de Donald, 1944, Donald aparta un obstáculo y sigue avanzando, creyendo que no ve), etc. Buen ejemplo de ello lo encontramos en El remachador (1940). Un pobre obrero despedido sale disparado (despedido, igualmente) a través de una cerca; por el hueco alguien coloca el cartel de “se necesita”, justo en el momento en que Donald está doblando la esquina. No ha sido necesario cambiar de plano, tenemos toda la información que vamos a necesitar en quince segundos. Pero el virtuosismo prosigue y se desarrolla incluso a la hora de expresar la fuerza bruta de uno, el capataz, y la indefensión del otro, Donald, por medio del sonido (además de la imagen). Algo muy parecido sucede en la antológica persecución de vagonetas en Árbol va (1941).


Por otro lado, los cartoons de Donald reflejan, como toda obra artística, la época en que se concibieron. Resulta gratificante “viajar por el tiempo” y comprobar, por ejemplo, la importancia que tenía un medio como la radio, del mismo modo que hoy la tienen nuestros accesorios portátiles. La radio hace compañía a Donald en el citado El día libre de Donald, el genial Donald y el gorila (1944), El inventor del plástico (1944) o Piel de pato (1945), donde el homenaje se traslada además a la literatura pulp, en pleno apogeo entonces.


La radio era el medio de los noticieros y hasta de los programas culinarios, como comprobamos en Chef Donald (1941), en el que nuestro infortunado alter ego, confunde levadura con pegamento haciendo gofres, y quedando literalmente colgado como la marioneta de Pinocho al final del relato.


Otros cortos reflejan igualmente la influencia de la moda o la música, la era del swing y las Big Bands (al menos hasta 1945), como sucede en El amor es cosa de dos, de 1940. O incluso los conflictos de las relaciones de pareja. Recordemos el final irónico (y genial) de El problema doble de Donald (1946), en el que Donald y su doble dejan atrás a una Daisy descangallada y hecha un basilisco. Sin olvidar toda la ironía que subyace en la esforzada marcha de Donald en Donald en el ejército (1943).


¡Nosotros te salvaremos, tío Donald! (Juanito, Jorgito y Jaimito, repetidas veces).

Las paráfrasis musicales y el empleo de todo tipo de onomatopeyas sonoras son otras inolvidables características, manejadas con maestría por el equipo artístico. Recordemos que el propio Disney se convirtió en un maestro en el aspecto musical de sus obras, tras pasar años elaborando sus Silly symphonies, inolvidables sinfonías animadas sonoras con una moraleja, (extraídas de los cuentos clásicos, narraciones populares, y hasta de poemas infantiles), además de otorgando gran importancia a la música en todas sus películas posteriores, fueran animadas o no.

Así sucede en los episodios en los que Donald aparece con sus sobrinos. La primera vez fue en Los sobrinos de Donald (1938), donde Juanito, Jorgito y Jaimito (en el original Huey, Dewey y Louie) “desarmaban” la rutina de Donald y de paso toda la casa (la ironía se focalizaba aquí en la supuesta bondad de los niños y en los libros de auto aprendizaje, ofreciendo un material deliciosamente subversivo). Siguieron Jefe de bomberos (1940), con el gag magistral de la gasolina en lugar del agua, y otros cortos inolvidables y desternillantes como Donald, agente anti-novillos (1941), La mina de oro de Donald (1942), La pelea de nieve (1942), La sopa está servida (1948), Los francotiradores (1946), que tiene lugar en la feria, el excelente Feliz cumpleaños, Donald (1948), o el emotivo Truco o trato (1952), entre otros muchos.


La creatividad e inventiva de los Estudios Disney no se detuvo ahí. Los episodios en los que se introdujo a las ardillas Chip y Chop (Chip & Dale), resultan de lo más transgresores (y todo sin recurrir, como se ha venido haciendo en fechas más recientes, a la chabacanería y lo chocarrero). Como ejemplos, Chip y Chop (1947) y Pícaros (1949), que se encuentran en el tercer volumen. En este último, al ser “corrompidas” por Donald, las simpáticas ardillas no dudan en pelear por la nuez más grande, con inusitadas consecuencias.


Todo sobre Donald es un material imprescindible para todo aquel que presuma de gustar de la animación. En definitiva, son muestras imperecederas de la maestría de unos guionistas, músicos, directores y dibujantes, y la mano que los guiaba, inmortalizada en piezas tan perdurables como El día de suerte de Donald (1938), o la parodia del cine de gangsters en Agente Donald (1939). Una maestría que convierte estas piezas en auténticas y vertiginosas screwballs comedies, en verdaderas obras de arte.

Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"
 

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