Adaptaciones (VI): Sherlock Holmes (I) Basil Rathbone y la etapa Fox (1939)

28 octubre, 2012

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¿Qué tiene Sherlock Holmes que sigue atrayendo tanto? Pues tiene una casa bien maja (aunque la propietaria es la señora Hudson), un buen amigo (eso es tener suerte), un hermano avieso (Mycroft, ninguna familia es perfecta), un poderoso enemigo (esto es bastante común), de acuerdo con sus propias capacidades, y vive en una ciudad única, atrayente de principio a fin, iluminada por lámparas de gas y oscurecida por algunas sombras. Una ciudad de bellos edificios victorianos, cabriolés, callejones recónditos y enrevesados, el río Támesis, ancestrales casas de campo diseminadas por la frondosa campiña inglesa, el tren (avance que no conviene olvidar), los clubs sociales y las sociedades secretas. Y alguna que otra femme-fatale de aúpa.



Inmerso en una época puente entre la ciencia y la paraciencia, Sherlock Holmes es un hombre solitario, sagaz, activo, melómano y posee un sistema nemotécnico que sería la envidia de cualquier estudiante.

Tiene además un buen puñado de problemas deductivos en los que emplear su tiempo y habilidades, en una época en la que el ladrón (o el asesino en el peor de los casos) se batía el cobre ingeniando planes perfectamente calculados y orquestados, auténticas obras de orfebrería mental e ingeniería técnica.

No vamos a insistir en los orígenes y pormenores de la más celebrada creación literaria del escocés sir Arthur Conan Doyle, ya lo hizo nuestro compañero de armas lingüísticas LJ, y a su bien informado artículo les remitimos. Lo que nos interesa ahora es saber si la relación de Sherlock Holmes con el cine ha sido armoniosa o no (fructífera sabemos que sí).

La respuesta a esa pregunta ha de ser forzosamente que el romance ha sido, en líneas generales, muy positivo. Incluso la viñeta, el teatro y la televisión han resultado medios propicios para plasmar las aventuras del detective del 221b de Baker Street. Prueba de ello es la reciente edición del cómic español Sherlock Holmes y la conjura de Barcelona (Norma, 2012), que es un digno intento de aprovechar el gran hiato (el tiempo en que Sherlock permaneció ausente de Londres hasta su reaparición triunfal en La casa vacía), para trasladar al detective a otras geografías.

Al hablar del Sherlock Holmes de pantalla grande se hace justo (y necesario) referirse a los primeros actores que, en época silente o a comienzos del sonoro, encarnaron con convicción al personaje (también en el teatro). Aunque nuestro estudio comience por el Holmes más popular, el encarnado por Basil Rathbone, insisto en que debemos al menos recordar los nombres de Alwin Neuss, William Gillette, Eille Norwood, John Barrymore, Clive Brook, Raymond Massey, Robert Rendel, Arthur Wontner, Reginald Owen y Hans Albers (en Alemania).


El perro de los Baskerville (Fox, 1939)

Watson: ¿Cómo diablos deduce eso?


Cuenta la leyenda que estando el presidente de Twentieth Century Fox, a la sazón Darryl Zanuck, en un cóctel, se volvió hacia otro invitado, el actor británico Basil Rathbone, y comentó que podía ser el perfecto Sherlock Holmes. Hay quien atribuye el mérito del descubrimiento a un guionista de la casa, Gene Markey. Fuera lo que fuera lo que pasó, el caso es que la elección no podía ser más acertada. Rathbone, actor curtido en el teatro (sobre todo con Shakespeare), pasó a encarnar al famoso detective en dos exitosas películas de la Fox, un tándem más fiel que todas las versiones anteriores, al estar ambientadas (por primera vez en la historia del cine) en la época descrita por Conan Doyle. A ello contribuyen, y no en escasa medida, unos decorados, tanto interiores como exteriores, apabullantes, provenientes del gran backstage (fondo) de la compañía. De hecho El perro de los Baskerville se filmó en el estudio más grande de la Fox.



En esta primera película se sientan las bases de la futura relación profesional y de caracteres entre Rathbone y Nigel Bruce, que compone un Watson cercano, bondadoso y humano. El Holmes de Basil Rathbone es hierático pero “amigo de su amigo”, nada pedante, pues no se avergüenza cuando no sabe algo y no tiene inconveniente en admitirlo (no, no puedo explicarlo). Y por su parte Bruce ofrece un Watson campechano pero con iniciativa (la salida nocturna, la vela frente a la ventana de la mansión), además de culto (sabe señalar el autor de un cuadro).

Estamos en 1889, en los desolados parajes de Dartmoor, en Devonshire. Un heredero en peligro. Un ingenioso plan que bebe de una leyenda… sobrenatural. La leyenda del sabueso de los Baskerville, que regresa de su tumba para acabar con cada nuevo propietario de Baskerville Hall, en castigo por el asesinato de una inocente y joven aldeana a manos de un antepasado (sir Hugo de Baskerville). El doctor Mortimer (el gran Lionel Atwill) pone en antecedentes a Holmes la noche antes de la llegada del nuevo heredero.

Lionel Atwill como el doctor Mortimer

El perro de los Baskerville es una excelente película, repleta de momentos excelentes envueltos en una tétrica atmósfera, elemento fundamental, junto con un buen guión, de todo buen relato fantástico o de tintes góticos. Entre esos detalles memorables se encuentra por ejemplo la afición por las ciencias ocultas de Mrs. Mortimer (es médium), que no aparece en la obra original pero que casa perfectamente con el ánimo y propósitos de la historia. Creo que con acierto, la sesión no se nos muestra completa, solo sus prolegómenos, lo que permite dejarla más a la imaginación, ingrediente que Holmes reivindica frente a las frías pruebas y como remedio ante la falta de ellas.

Otro ejemplo lo hallamos en el empleo de las ruinas megalíticas, marco tanto para la ocultación de un fugitivo como para una proposición, y lugar de una hermosa reflexión acerca de los que permanecen olvidados, como algún día lo estaremos nosotros. Gracias a Doyle, Holmes, Rathbone y la Fox, ¡este extremo no se ha cumplido por fortuna! 


Junto a estos momentos brillantes, otros apuntes magníficos como la aparición del criado Merriman (John Carradine), descalzo frente a la ventana. O el mero empleo del sonido de los grillos como banda sonora mientras Watson y sir Henry (Richard Greene) recorren el brumoso páramo por la noche, lo que otorga a las imágenes de un suspense inasible, de un poso de realismo excelente.

Como dato curioso, la película se reestrenó en 1975 cosechando un atronador éxito entre los espectadores de entonces, y acrecentando así la importancia de una obra que, lejos de permanecer olvidada, ha llegando a convertirse en una de las más importantes e influyentes piezas de la literatura inglesa.

 
Las aventuras de Sherlock Holmes (AKA Sherlock Holmes contra Moriarty) (Fox, 1939)

Watson (con sorna): Elemental, Holmes, elemental.

Las aventuras de Sherlock Holmes (1939) adapta solo de pasada una vieja obra de teatro de William Gillette, apenas empleada en el guión final. La dirección corrió a cargo esta vez de Alfred Werker, que realiza un magnífico trabajo de ambientación y proporciona un nuevo y vigoroso relato.

La acción arranca en pleno veredicto exculpatorio a Moriarty (George Zucco, otro entrañable actor del fantástico en otra magistral interpretación), a causa de la falta de pruebas (la Ley, como tantas veces ocurre, alejada de la Justicia, tal y como corrobora con gesto amargo el propio juez), en tanto que Holmes aparece con las citadas pruebas pero demasiado tarde, cuando el veredicto ya ha sido pronunciado (inolvidables ambos descendiendo juntos por la escalera del juzgado bajo la lluvia, y la consiguiente escena en el carruaje cubierto; como veremos, cada uno sabe perfectamente donde vive el otro). Así pues Holmes es falible, pero también infatigable. A continuación nos enteramos de que Moriarty dispone de toda una red de espías y servidores por todo Londres (y de que curiosamente tiene un hijo, dato anecdótico pero interesante). La maquinaria vuelve a ponerse en marcha.

A nivel artístico la cinta es impecable. La famosa salita de Holmes y Watson se nos muestra con todo lujo de detalles (incluida una llave por dentro). Destacar igualmente como Holmes asegura al inspector Briggs (E.E. Clive, que hacía de cochero en Baskerville), que abordará el caso “en la forma de siempre”, es decir, dejando los laureles para la policía, ya que a él solo le interesa tener la ocasión de poner en práctica sus habilidades deductivas (aunque Watson se encargue de difundir sus logros en la prensa escrita). Y al igual que en la anterior película, veremos a Holmes disfrazado, algo bastante habitual en el proceder del detective.



Más aciertos son la pista que proporciona a Holmes y la señorita Brandon (Ida Lupino) el poema Cantar del viejo marino de S. T. Coleridge, en el Museo de Historia Natural, y la tonada musical (elemento excéntrico y genial para retorcer el caso por parte un Moriarty enamorado de la botánica, otro magnífico apunte), consistente en un antiguo canto fúnebre inca destinado a desviar la atención de Holmes del auténtico delito.


Como hemos visto, Basil Rathbone, no fue el primero, pero si el mejor (junto con Cushing) encarnando al personaje. Con su compañero Niguel Bruce, que compuso un dicharachero y entrañable doctor John Watson, protagonizaron un total de catorce películas comprendidas entre 1939 a 1946, bajo la eficaz mano de técnicos más que competentes, primero en la Twentieth Century Fox, y seguidamente, como veremos en nuestra siguiente entrada, en Universal.



En el ínterin, ambos actores reforzaron su amistad dramatizando los relatos de Sherlock Holmes a través de varios capítulos semanales en la radio.


Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"


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